C. 6- Conclusiones: alotopías con estrabismo
Algunas de las mejores novelas publicadas en el siglo XXI en Argentina abrevan en la Ciencia Ficción (CF), en el Fantasy y en otros territorios de Lo Imaginario, pero no suelen ajustarse estrictamente a las reglas de ninguno de los géneros mencionados aquí: no se observan planetas colonizados –salvo en parodias–, ni monstruos nacidos en supramundos o inframundos, ni máquinas misteriosas, ni islas recónditas descubiertas a lo Adolfo Bioy Casares, ni accidentes radioactivos. Los relatos que hemos analizado conforman más bien alotopías híbridas, que combinan características de distintos subgéneros y que se manifiestan estrábicas: tienen un ojo puesto en la representación de la realidad y el otro en su transgresión, como casi toda la literatura contemporánea.
En resumen, exhiben cronotopos pasados, paralelos o futuros, a partir de un presente que se torna extraño aunque perfectamente explicable, como el virus o bacteria que engendra a los “bichos” en Los que duerme en el polvo, de Convertini; o la hambruna imprevista que propaga a nivel mundial el consumo de carne humana en Cadáver exquisito, de Bazterrica. O sea, desmenuzan la cultura contemporánea –desde un punto de vista material y moral–, incorporan criterios del Fantasy o la CF y le dan prioridad a la arquitectura de espacios y tiempos diferentes a los que conocemos. En este sentido, son políticamente insurrectas y desnaturalizan lo que suponemos es la naturaleza y la sociedad.
De esa manera, promueven escrituras y lecturas fuertemente ideológicas que despliegan pensamientos transvalorados o señalan sucesos que los leyentes no habíamos avizorado antes por mantener una visión mecanizada del mundo y de nuestras respectivas culturas. Inclusive, enriquecen en ocasiones nuestra vida con sus perspectivas críticas sobre la actualidad política, el consumo de la carne animal, el despilfarro de agua, el mantrato a los recursos naturales o el uso excesivo de redes sociales e Internet.
Es que las alotopías evidencian una gran capacidad de acción ficcional e imaginación personal –tanto para quien las construye como para quien las lee– porque trabajan con categorías lógicas que se adaptan con facilidad al funcionamiento de nuestras mentes, básicamente con dos grados conjeturales como ya indicamos: las hipótesis imposibles, que por definición no se cumplen en lo que suponemos es Lo Real pese a que nuestros deseos y sueños las conciban hasta en sus detalles mínimos en la ficción, y las hipótesis probables, que se encuentran a solo unos pasos de revelarse en el universo que reconocemos como propio, si bien no son (todavía) perceptibles para nuestros enfoques automatizados.
Como apuntamos en el capítulo anterior, la Ucronía y el Fantasy utilizan corrientemente hipótesis imposibles para el pasado y el presente: Si hubiese pasado esto o si pasara ahora esto (y no lo que sabemos que pasó o pasa), la actualidad podría ser de tal forma (y no como es). Ya dimos el ejemplo de Nación Vacuna. Sin embargo, cuando miran hacia el futuro las conjeturas se vuelven siniestramente posibles y se arriman a la CF: Si pasare esto, el porvenir sería de tal forma (y no como lo queremos). El caso de Cadáver exquisito. Uno de los mayores atractivos de este tipo de narrativas reside en la puesta en escena del lugar otro que le permite al escritor maniobrar con voluntades, pesadillas o alucinaciones, siempre desde una posición “realista”, es decir, como si en efecto esa alotopía existiese o pudiera existir.
En tanto, la Utopía, la Distopía y la CF edifican hipótesis probables, o al menos hipótesis que no podemos considerar improbables porque se ubican en un futuro o un lugar tan lejanos que nos resultan inconcebibles o escandalosos (Sinfín, de Caparrós): ¿Qué pasaría si se cumple tal o cual circunstancia o condición? En 1490, cuando Leonardo Da Vinci, diseñó su “tornillo aéreo”, primer prototipo teórico de un helicóptero, sus contemporános estimaron que “hacía literatura” o que expresaba una conjetura improbable; 426 años después era un genio.
. Una hipótesis probable: desastre ecológico e identidad
La Trilogía del Agua, que componen Pichonas, El Rey del Agua y El ojo y la flor, de Claudia Aboaf, tiene una característica que la hace sumamente atractiva para el análisis: es inclasificable. De hecho, deberíamos incluirla en el término genérico de Alotopía y sosegar nuestro ánimo taxonómico. Pero insistiremos con fines didácticos: la segunda y la tercera novela podrían ser individualizadas como metatopías, relatos que anticipan fases futuras y enrarecidas del presente; o dentro de las distopías porque preanuncian sociedades indeseables y peligrosas para el futuro de los seres humanos y de su hábitat. El ojo y la flor coquetea, a su vez, con lo postapocalíptico: se desarrolla después de un desastre natural. Pichonas, en tanto, se elabora con una pátina de Literatura Fantástica por delante de sus causalidades verosímiles.
Es que esta alotopía híbrida, que cuenta la historia de las hermanas Andrea y Juana Blanco, combina reglas de varios subgéneros, elaborando un tiempo otro en base a un presente que se torna paulatinamente extraño, desde la primera novela hasta la última. Al respecto, podemos remarcar que Aboaf agita su imaginación entre conjeturas probables, que se encuentran muy cerca de lo que todos creemos es la realidad: la recuperación de “trazas genéticas” de los desaparecidos argentinos en el Río de la Plata o la futura –y más que probable– Guerra Mundial por el Agua. Asimismo, la Trilogía parece ser regulada por un precepto de predestinación o presciencia. Las hermanas quedan marcadas por sus diferencias etimológicas: Andrea (“varón fuerte, valiente”) y Juana (“gracia de Dios”), dice la narradora de Pichonas. Una épica y la otra metafísica.
El Rey del Agua trabaja con una hipótesis probable y sustentable: la comercialización industrial de agua por parte de un intendente inescrupuloso, de enormes similitudes con un protagonista político contemporáneo. Además, trabaja con la dolorosa cuestión de la búsqueda de identidad, uno de los temas mejor interpelados por la Literatura de los últimos cien años a partir de que Gregorio Samsa se convirtió en un “monstruoso insecto” [1].
La tercera novela, El ojo y la flor, se sitúa en un escenario postapocalíptico: la caída del Rey del Agua clausura su “millonaria exportación del agua dulce del Delta” a los países donde empezaba a escasear. La “desindustrialización líquida” forzada y la consecuente falta de dragado provocan que barreras de limo, basura y cuerpos detengan el agua en brazos del Paraná y sequen el Delta de Tigre y el Río de la Plata. El fenómeno natural promueve el surgimiento de un nuevo imperio del agua, esta vez controlado por “la Fuerza Naval” con un concepto protofascista que permite vivir solo a los aptos y deja morir o mata a los inadaptados: “No hay que se compasivo con la miseria”, se dice.
La estructura de la trilogía expone por lo demás una vuelta de tuerca cronotópica que la hace especial: los saltos al vacío desde un presente narrativo exploran el futuro (se adivina una idea de lo que podría ser la guerra del agua en 10 o 20 años cuando España ya sea “un desierto”) y el pasado (los ’70 y los cuerpos arrojados al río). Un consejo importante: no hay que buscar los sentidos de esta novela en el argumento, sino en la organización narrativa, en principio porque su escritura engaña: subrepticiamente, instala un trasfondo del desastre ecológico que se avecina en la Tierra por la escasez y por el despilfarro de agua. Claro que no denuncia ni afirma, sino que sugiere, lo que la hace más intrigante.
Un logro incontrastable de Aboaf es que su escritura coloca el futuro distópico a la vuelta de la esquina y en un territorio reconocible para su lectores. Las condiciones de posibilidad de que se produzca una catástrofe como la que anuncia nos obliga a advertir que nuestra simulada normalidad no es tan normal como creemos. Es que esta expedición que emprende la “Trilogía del Agua” se edifica con un lenguaje y una sintaxis poéticos que consiguen impulsar una duda en sus lectores: ¿Y si pasara realmente esto que, en efecto, puede pasar o quizás ya esté pasando? Las pesadillas radicadas en las tres novelas tienen, empero, su propio antídoto: “Hay que desconfiar de las biografías y de los cuentos que uno se cuenta”, nos dice la narradora, que explica su propia articulación sintáctica y semántica.
La novela Kentukis, de Samanta Schweblin, también se resuelve, me parece, en ese marco.
. Un peluche de terror
Las hipótesis posibles están emparentadas, casi siempre, con los terrores cotidiados: no hay trasbordos a mundos ajenos ni leviatanes, sino más bien extrañamientos paulatinos de lo que acordamos llamar nuestra normalidad, nuestra vida, nuestra familia (Ya lo dijo Freud en el artículo Lo siniestro hace más de 100 años). En algunos casos, los relatos que trabajan con esas conjeturas se convierten en historias de anticipación: Kentukis edifica, con causalidades que parecieran no diferir de las de la realidad, una tesis perversamente probable en la era de las redes sociales, los mecanismos de control computarizados y los delitos ciberdelitos.
La trama podría ser resumida de la siguiente forma: personas de distintos países, culturas y condiciones morales comienzan a contactarse a través de un nuevo dispositivo que tiene algo de animal (cuerpos de conejos, osos panda o dragones, etc.) y mucho de red social. Se trata de mascotas tecnológicas, a primera vista inofensivas como peluches, que tienen movimientos limitados y una cámara en los ojos que les otorga visión: los kentukis. Su aspecto naif es, de inmediato, puesto en cuestión: la voz narradora avisa que ese bicho amigable es manipulado desde algún punto del planeta por otra persona a través de una computadora y que esa computadora puede grabar todo lo que vea y oiga un kentuki. La interrelación entre el dueño de la mascota y quien lo maneja on line abre la puerta a lo siniestro.
La novela está construida por relatos que se articulan estructuralmente a partir de dos actitudes que condicionan el ingreso al universo de mascotas: “tener un kentuki” o “ser un kentuki”. El primer modo de vida tiene similitudes con el uso de las redes sociales Instagram o Facebook, donde el poseedor del bicho se descubre para otros. El segundo está claramente identificado con el solitario voyeur que espía con (pocas) limitaciones la intimidad de los demás. Esa vinculación entre desconocidos puede deparar una aventura maravillosa o una experiencia desagradable. Sin embargo, no hay disyuntivas cerradas entre las anécdotas placenteras y las espantosas: ambas pueden sucederse en un mismo espacio narrativo de Kentukis.
Un logro de la novela es que los personajes actúan en un plano “realista”, pero con un enfoque en el está latente la posibilidad de lo extraño, una paradoja que les estalla en la cara como epifanías. A medida que avanza, Kentukis descorre velos que tapan la visión automatizada de la gente y descubre algo inquietante. Y no hay nada más inquietante que saber que las combinaciones sociales de nuestro mundo cotidiano son más perversas de lo que imaginamos. Un peligro que se presentan como un catálogo de pequeñas anomalías que causan efectos en la salud física y mental de los protagonistas, a veces al borde de la reacción desesperada o la locura.
. La construcción de modelos alternativos
Para concluir, mencionaremos otro de los denominadores comunes de estas alotopías: la conexión semántica de sus temáticas. Coincidentemente, distintos relatos (muchos de ellos publicados en la misma época, entre 2014 y 2020) plantean escenarios postapocalípticos en los que una catástrofe –reciente o inminente– conduce a sus protagonistas a nuevos escenarios y a reformas sociales radicales, como si el presente fuera insuficiente o estuviera cuestionado.
Buenos Aires eclosiona y la Capital Federal es trasladada a la Patagonia como soñó Raúl Alfonsín (Los que duermen en el polvo y Nación Vacuna); los gobiernos de turno resuelven, sin detenerse a pensar ni un segundo en los Derechos Humanos, métodos efectivos para controlar la población de la Tierra antes de una hecatombe (Sinfín, Cadáver exquisito y la Nueva Ensenada de El ojo y la flor); el canibalismo se presenta como hecho narrativo concreto (Cadáver exquisito) o como posibilidad subrepticia (Nación Vacuna); los desastres ecológicos están a la vuelta de la esquina (El Rey del Agua y El ojo y la flor); la contaminanción o las bacterías y virus que genera la contaminación crean ejercitos de zoombies (Los que duermen en el polvo y Nación Vacuna); Internet y las redes sociales extrañan la vida de los seres humanos hasta la infelicidad e, inclusive, la absorben (Kentukis, El Rey del Agua y El ojo y la flor); la naturaleza y/o la sociedad se inundan de acontecimientos inusitados –extraños o sobrenaturales–, lo cual moviliza sus argumentos hacia finales que dejan de darle prioridad a la representación de Lo Real (Rabia, Lorca en Buenos Aires y la Trilogía de Varones)
Desde las perspectivas que despliegan estas novelas, la Literatura tendría una definición provisoria y contextual más o menos clara –aunque sepamos que las definiciones matan la Literatura–: es una manera de “construir modelos alternativos del mundo” que entran en colisión con “los modelos que la cultura nos impone”, tal como proponen Josefina Ludmer, Jorge Panesi y Ricardo Piglia.
__
Bibliografía recomendada para profundizar en el tema Causalidad ficcional
Ensayo: La Trilogía del Agua, de Claudia Aboaf
Crítica: Kentukis, de Samanta Schweblin
Nota
[1] – Gregorio Samsa es el personaje de la novela La metamorfosis o La transformación, de Franz Kafka.
