Kentukis, el terror a la vuelta de un clic



La Ciencia Ficción y el Fantasy suelen trabajar con dos grados de conjeturas lógicas: las hipótesis imposibles, que por definición no se cumplen en lo que suponemos es la naturaleza y la sociedad –pese a que nuestros deseos y sueños las conciban hasta en sus detalles mínimos en la ficción– y las hipótesis probables, que se encuentran a solo unos pasos de revelarse en el mundo que reconocemos como propio, si bien no son perceptibles para nuestros enfoques automatizados y binarios.

Estas últimas están emparentadas, casi siempre, con los terrores cotidiados: no hay trasbordos a otros planetas ni leviatanes del inframundo, sino más bien distanciamientos paulatinos de lo que acordamos denominar nuestra normalidad, nuestra vida, nuestra familia. El esquema conjeturable sería: ¿Y si pasa esto que, en efecto, pude pasar o ya está pasando sin que nos demos cuenta? En algunos casos, esos relatos se convierten en metatopías y metacronías, ficciones que desarrollan suposiciones desde las tendencias actuales y anticipan una fase futura y enrarecida del presente, tanto espacial (topía) como temporalmente (cronía). En suma, historias de anticipación.

La novela Kentukis, de Samanta Schweblin, edifica con causalidades que parecieran no diferir de los motivos de la realidad una tesis perversamente posible en la era de las redes sociales, los mecanismos de control computarizados y los ciberdelitos. La trama podría ser resumida de la siguiente forma: personas de distintos países, culturas y condiciones morales comienzan a contactarse a través de un nuevo dispositivo que tiene algo de animal (cuerpos de conejos, osos panda o dragones, etc.) y mucho de red social. Se trata de mascotas tecnológicas, a primera vista inofensivas como peluches, que tienen movimientos limitados y una cámara en los ojos que les otorga una visual: los kentukis.

Su aspecto bonadadoso y naif es, de inmediato, puesto en cuestión: la voz narradora avisa que ese bicho amigable es manipulado desde algún punto del planeta por otra persona a través de una computadora y que esa computadora puede grabar todo lo que vea y oiga un kentuki. La interrelación entre el dueño de la mascota y quien lo maneja on line abre la puerta a un extrañamiento. 

La novela está construida por distintos relatos que se articulan estructuralmente a partir de dos actitudes que condicionan el ingreso al reino de las mascotas: “tener un kentuki” o “ser un kentuki”. El primer modo de vida tiene similitudes con el uso de las redes sociales Instagram o Facebook, donde el poseedor del bicho se descubre para otros. El segundo está claramente identificado con el solitario voyeur que espía con (pocas) limitaciones la intimidad de los demás. Esa vinculación entre desconocidos puede deparar una aventura maravillosa o una experiencia desagradable.

Sin embargo, no hay disyuntivas cerradas entre las anécdotas placenteras y las espantosas: ambas pueden sucederse en un mismo espacio de Kentukis.


. La realidad extrañada


Un gran logro de esta novela es que los personajes se mueven en un plano “realista” (en ningún momento hay dudas de que lo que pasa, pasa en el aquí y ahora narrativo), pero con un enfoque en el está latente la posibilidad de lo fantástico: en principio, los protagonistas sospechan alguna “anormalidad” en el uso de kentukis y luego esa paradoja les estalla en la cara como una epifanía. Así, asistimos a casos de pedofilia cibernética, de chantaje, de amenazas del poseedor de la mascota al operador de la mascota (o viceversa), de suicidio, de secuestros y hasta de torturas a las mascotas.

A medida que avanza, Kentukis descorre velos que tapan la visión automatizada de la gente y descubre algo inquietante. Y no hay nada más inquietante que saber que las combinaciones sociales de nuestra vida cotidiana son más perversas de lo que podemos imaginar. Un peligro que se presentan como un catálogo de pequeñas anomalías que causan efectos en la salud física y mental de los protagonistas, a veces al borde de la reacción desesperada o la locura.

Como escribió el escritor Rodrigo Fresán sobre sus cuentos de Siete casas vacías, Schweblin parece “una científica cuerda contemplando locos, o gente que está pensando seriamente en volverse loca”. En el caso de esta novela, son los miedos y los prejudicios los que ponen en duda lo que llamamos cordura.


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Bibliografía

. Eco, Umberto. De los espejos y otros ensayos. En especial: Los mundos de la ciencia ficción. Lumen. Buenos Aires, 1988

. Jackson, Rosmary. Fantasy. Catálogos editora. Buenos Aires, 1986.

. Schweblin, Samanta. Kentukis. Random House. Buenos Aires, 2018

. Todorov, Tzvetan. Introducción a la literatura fantástica. Premia. México, 1981


© José Luis Cutello, 2021 
Fotos: Random House