Honor, honor al gran Cabral

Hace 210 años, el 3 de febrero de 1813, se libró el Combate de San Lorenzo, bautismo de fuego de los Granaderos a Caballo formados por José de San Martín. Ese día, murió el soldado correntino que le salvó la vida del Libertador, Juan Bautista Cabral.



Poco se sabe fehacientemente de la vida de Juan Bautista Cabral, el verdadero héroe del Combate de San Lorenzo, el hombre que murió contento –al menos eso relata la leyenda- porque se había “batido al enemigo” realista, el “zambo” que le salvó la vida a José de San Martín y permitió así las decisivas campañas de liberación de Chile y a Perú en la Guerra por la Independencia.

Se sabe, eso sí, que nació en un pequeño poblado que hoy lleva su nombre en la municipalidad correntina de Saladas. También que era hijo de José Jacinto, indígena guaraní, y de una esclava negra bautizada Carmen Robledo.

Además, es conocido que a los 23 años se incorporó al ejército nacional, reclutado por el entonces gobernador de Corrientes, Toribio de Luzuriaga, y que fue enviado a Buenos Aires, en 1812, para ingresar al flamante Regimiento de Granaderos a Caballo, creado por un coronel también correntino que “haría historia” en el Virreinato del Río de la Plata.

Los historiadores no se ponen de acuerdo en algunas cosas sin embargo. Bartolomé Mitre afirma que era un soldado raso, pero Pastor Obligado indica que ya se había ganado los galones de cabo antes del bautismo de fuego del Ejército nacional.

En lo que sí coinciden, incluso su general en los partes de batalla, es que Cabral desafió el fuego realista cuando cayó derribado el caballo de San Martín, esquivó bayonetas, desmontó y sacó al Libertador de abajo de la montura.

Claro que los detalles de su acción han sido ficcionalizados tantas veces, embellecidos para la historia patria, que es difícil saber cuánto riesgo corrió Cabral. Se dice –algo fácticamente incomprobable- que interpuso su cuerpo cuando los españoles cargaban con sus bayonetas contra San Martín, por ejemplo.

Pero hay que decir que el soldado o cabo no murió en el campo de batalla, aunque resultó gravemente herido. Murió, tras la victoria patria, en el convento de San Lorenzo, utilizado como hospital de campaña por orden de San Martín. Y murió, además, rodeado por una leyenda que crea el propio general. 

En una carta dirigida por el Libertador a la Asamblea del Año XIII, le adjudica la máxima final: “No puedo prescindir de recomendar particularmente a la familia del granadero Juan Bautista Cabral, natural de Corrientes, que atravesado el cuerpo por dos heridas no se le oyeron otros ayes que los de viva la patria, muero contento por haber batido a los enemigos”.

San Lorenzo. El combate del 3 de febrero, además de constituirse en el bautismo de fuego del Regimiento de Granaderos a Caballo, tuvo una importancia capital en el desarrollo posterior de la Guerra de la Independencia sudamericana.

Es que gracias a esa victoria se ahogó el método de aprovisionamiento más importante de los realistas. En ese entonces, la ciudad de Montevideo, declarada capital provisional del Virreinato del Río de la Plata tras la declaración del 25 de mayo de 1810, era la base naval española, aunque estaba sitiada.

El caudillo oriental José Rondeau y luego José Artigas mantenía a raya a los realistas. Por eso, éstos navegaban por el Río de la Plata y por el Paraná para hacerse de alimentos por medio del robo de ganado.

San Martín conocía esta estrategia y siguió por tierra con sus granaderos una expedición de diez embarcaciones. El 2 de febrero las esperó en el convento de San Carlos, detrás del cual ocultó a sus soldados con el apoyo de los franciscanos.

Cuando los españoles desembarcaron al otro día y avanzaron, fueron atacados por sorpresa con un movimiento de pinzas por dos divisiones de 60 hombres cada una que los rodeó. Una encabezada por San Martín, la otra por el capitán oriental Justo Bermúdez. Sólo pelearon 15 minutos y el campo de batalla quedo regado por la sangre de 40 realistas y 6 criollos muertos. Otros 12 resultaron heridos y 14 cayeron prisioneros. Veinte fueron los lesionados en el ejército de San Martín.

Como consecuencia de la derrota, los realistas no hicieron más campañas desde Montevideo hacia el Río de la Plata.