Alemania, entre la metafísica y la barbarie
Hace 90 años, acosado por una situación económica y política angustiante, el presidente alemán Paul von Hindenburg nombró canciller al cabo austríaco Adolf Hitler e inició uno de los períodos más oscuros de la humanidad.
Alemania es un país muy particular. Si decidiéramos armar la “delantera ideal” de la filosofía moderna en los últimos siglos, como hacían las antiguas revistas deportivas que nos leían nuestros padres, de seguro cabrían cinco teutones: Martin Heidegger, wing derecho con desborde; Georg Hegel, inside derecho goleador con las dos piernas; Friedrich Nietzsche, centrofoward cañonero y agresivo; Immanuel Kant, inside izquierdo, fino y habilidoso; y Karl Marx, por supuesto wing izquierdo con remate potente.
Todavía podríamos dejar en espera a Edmund Husserl -porque su neoplatonismo exquisito es más adecuado para el arco o la defensa- y a Johann Göethe, que fue mucho más que un filósofo, fue un poeta genial.
No obstante, resulta curioso -y alarmante- que la civilización metafísica más desarrollada del mundo haya dado, a la vez, un estado de barbarie absoluto: el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (el Partido Socialista Alemán de los Trabajadores).
Claro que hay algunos elementos que pueden explicarnos por qué hace exactamente 90 años, el 30 de enero de 1933, el presidente alemán Paul von Hindenburg nombró canciller a Adolf Hitler e inició uno de los períodos más oscuros de la humanidad.
Nombraremos cinco de esos elementos económicos, políticos e históricos:
1 – Enero de 1919. La revolución Espartaquista, liderada por Karl Liebknecht y la polaca Rosa Luxemburg, que intentó establecer en Alemania un estado “soviético”, similar al que se extendía desde 1917 en el Este europeo a partir de la Revolución Rusa, fracasó, pero sentó las bases de la formación del Partido Comunista Alemán.
Ambos líderes revolucionarios fueron capturados y asesinados, un episodio que generó el quiebre entre los sectores radicales y la socialdemocracia. Aunque, sobre todo, generó el terror de las clases dominantes, que veían en el avance de los “rojos” un recorte a los privilegios que mantenían desde el Imperio.
Tras la derrota espartaquista, la Asamblea Nacional de 1919 redactó una nueva Constitución Federal, en un proceso político que finalizó en una decepción: bajo la aprobación de medidas positivas como el voto universal femenino y la iniciativa popular a través de la cámara legislativa, se incubaba la posibilidad de interrumpir la democracia con el otorgamiento de “poderes extraordinarios” al canciller en caso de crisis severa.
El huevo de la serpiente que se rompería 14 años más tarde.
Tanto el comunismo ascendente cuanto la socialdemocracia criticaron que la democratización institucional no hubiera llegado a la distribución de la riqueza: no hubo confiscación de propiedades a los burócratas del Imperio, y tanto los soldados como los jueces mantuvieron sus cargos y sus bienes mal adquiridos.
2 – Década del ’20. La segunda década del siglo XX y el comienzo de la tercera quedaron marcadas por la crisis mundial capitalista más profunda que se recuerde. En Alemania, la situación fue aún más catastrófica por sus particularidades políticas. Las humillaciones del Tratado de Versalles firmado por presión de Francia e Inglaterra, las reparaciones económicas exorbitantes de debía entregar Alemania a los aliados por haber perdido la I Guerra Mundial, una socialdemocracia débil y corrupta en el poder, una inflación desmesurada y, por fin, unos seis millones de desempleados no hacían otra cosa que favorecer las propuestas extremas.
Los alemanes no tenían más opciones que el Partido Comunista Alemán (KPD) y el Nationalsozialistische Arbeiterpartei. La gente, desesperada, se volcó hacia lo peor.
3 – Década del ‘30. Hasta 1928, había apenas 12 diputados nazis en el Reichstag (Parlamento alemán). Dos años más tarde, en plena depresión mundial, alcanzaron los 107 escaños producto de seis millones y medio de votos. En 1932, el pueblo alemán se sometió a la propaganda que culpaba del brutal desempleo y la recesión al Tratado de Versalles y “a los judíos”, así, sin más explicaciones, y le concedió al partido de Adolf Hitler 230 bancas.
Este principio del horror fue observado con pasividad y hasta con beneplácito por Gran Bretaña y Francia, las dos potencias regionales. Al fin y al cabo, “el loco ese” podría servir de tapón al comunismo, que se expandía como un virus por Francia y Europa Central, como había servido Mussolini en Italia, dijo un parlamentario británico.
4 - Mayo de 1931. El banco Credit-Anstalt, de suma importancia en toda la región central de Europa, quebró luego de que Francia e Inglaterra le negaran un préstamo. Y como derivación, quebró el sistema financiero y político alemán, un castigo excesivo de los triunfadores de la Gran Guerra.
5 – 1932, 1933. Cuando en marzo del ‘32 Paul von Hindenburg le ganó las elecciones presidenciales al Partido Nazi, muchos opinaron que todo se empezaba a normalizar y que Hitler estaba acabado, pero de inmediato quedó demostrado que los partidos liberales no podrían gobernar con el cabo austríaco en el medio: cayó el canciller Heinrich Bruening, también el que le siguió, Franz Von Papen y, por último, Kurt von Schleicher.
El 30 de enero de 1933, Paul von Hindenburg nombró canciller a Adolf Hitler. De inmediato, el teatral líder nazi ordenó a sus partidarios quemar el Reichstag y culpó a los comunistas. Había llegado, según su opinión, el momento en que la democracia le otorgara “poderes extraordinarios” al canciller para salvar la situación.
En marzo 33, el Parlamento le otorgó a Hitler la suma del poder público, lo invistió Führer y Alemania ingresó, casi sin darse cuenta, al Tercer Reich.
Hubo varios grupos sociales que apañaron este ascenso. En el frente interno, los liberales, los socialdemócratas y las empresas que se beneficiaban, de una y otra forma, con la industria bélica. En el frente externo, las naciones poderosas tampoco quisieron detener la marea de alienación política que sepultaba al continente: los franceses de derecha preferían a Hitler antes que a sus compatriotas de izquierda. Los laboristas británicos estaban más preocupados por sujetar el déficit fiscal y disminuir la desocupación que por las invasiones de Japón a Manchuria y la anexión Alemana de Austria. Ni siquiera la creación del Partido Fascista de Oswald Mosley los molestó.
En tanto, el Papa Pío XI luchaba como un cruzado contra el comunismo desde el asesinato del Zar Nicolás, por lo cual apoyó a la falange española y alcanzó un acuerdo con los nazis en 1933, pacto sellado por el cardenal Eugenio Pacelli, quien en marzo de 1939 se convirtió en Pío XII y en su mejor aliado.
Lo demás es conocido: la II Guerra Mundial, los campos de concentración, la barbarie, la banalidad del mal, como dijera Hannah Arendt.
