La hiena de Santiago del Estero
Quizás un par de casos emblemáticos sirvan para aclarar un poco un tema por demás complicado. El cordobés Marcelo Sajen, considerado por la justicia como el “mayor violador serial” de la historia argentina, era una persona corriente en su vida cotidiana, de acuerdo con los peritos psiquiátricos que lo atendieron. Ni su esposa, ni sus hijos, sospecharon jamás que detrás de ese hombre trabajador y formal, que detrás de ese marido excelente y padre ejemplar, se escondía un verdugo implacable que, entre 1985 y 2004, abusó carnalmente de 59 jóvenes hasta que fue atrapado por la policía. Cuando la mujer de Sajen pidió perdón públicamente a las víctimas, todas ellas jóvenes estudiantes que en su mayoría acudían a la Ciudad Universitaria de Córdoba o a colegios secundarios, admitió su desconcierto y remarcó que había sido “muy cariñoso con sus hijos”.
Lo mismo ocurrió con Francisco Antonio Laureana, un artesano que esculpía figuras de madera y las vendía en un puesto de la Feria de San Isidro. Sus compañeros de trabajo comentaban que parecía ser un hombre muy serio, reservado y un poco huraño. Tal vez por eso, ni su compañera, ni los feriantes, creyeron en lo que la Policía Bonaerense les reveló el 27 de febrero de 1975: era “El predador de San Isidro”, un asesino serial que en diez meses había violado a quince mujeres y niñas, y matado a once de ellas.
El problema reside en que la tipología del violador serial es extraña: difícilmente sea un marginal, un adicto o un “viejo verde”, ya que en estos tres casos suelen dejar huellas por su torpeza y caer de inmediato bajo la sospecha de los investigadores. Estos nunca llegan a ser “seriales”. En cambio, los agresores sexuales múltiples son, en general, personas de aspecto normal, integrados a la sociedad e intentan no despertar demasiada atención en su entorno. Su perfil se mimetiza con el de cualquier persona “normal”.
Psiquiatras y psicoanalistas tienen opiniones muy distintas sobre la cuestión, aunque la mayoría coincide en un punto: los violadores padecen trastornos en su estructuración mental que los lleva a ser inseguros, inmaduros, poco tolerantes a la frustración y, muchas veces, sufrieron a la vez agresiones sexuales en su infancia. Debido a esa matriz de origen, más que buscar placer sexual, sus actos están dirigidos a la “dominación” de otros seres humanos.
En una entrevista concedida al diario “El Día” de La Plata, Olga Cáceres, coordinadora del refugio María Pueblo, al que acuden víctimas de violencia, explicó que a los violadores “los obsesiona el poder y no el sexo. Y es por eso que no buscan víctimas físicamente atractivas, sino aquellas que resultan más vulnerables: nenas o nenes, adolescentes, mujeres jóvenes y solas, ancianas o discapacitadas”, enumeró esta médica y psiquiatra.
De todos modos, Cáceres distinguió entre “abusadores” y “violadores”: los primeros, sostuvo, “se caracterizan por pertenecer al entorno de la víctima y por generar una red de intimidación, seducción o engaño para perpetrar actos en los que se persigue el placer sexual y en los que no siempre está presente la violencia física”.
“Los segundos suelen ser desconocidos, perseguir el sometimiento de su víctima y apelar siempre a la violencia”, completó.
A partir de las características aportadas por la especialista, diríamos entonces que uno de los casos más extraños que se conocieron en los últimos años es el del santiagueño Segundo Leonardo Catán, de 48 años. En 2003, este hombre apodado “La hiena” por la prensa de su provincia violó y mató a una de sus sobrinas, una chiquita de apenas 15 años, Doris Catán, y fue preso sin dilaciones.
Sin embargo, debido a un tecnicismo jurídico en el proceso penal, la Corte Suprema de Justicia ordenó un nuevo juicio y decretó su libertad mientras cumplía una condena de 13 años de cárcel. Claro que a nadie se le ocurrió prever que, en ese ínterin, volvería a violar y a matar a otra sobrina, esta vez de 19 años.
La secuencia macabra conmocionó en 2013 a los pobladores de Quimilioj, un pequeño paraje de los montes santiagueños, a 110 kilómetros de la capital provincial, donde Catán trabajaba como enfermero.
Cuando once años atrás violó y asesinó a su sobrina Doris, la policía y el juez de instrucción no tuvieron dudas y encerraron a “La Hiena” hasta que la Cámara de Juicio Oral en lo Criminal de Segunda Nominación de Santiago del Estero lo sancionó con 13 años de prisión. No obstante, las apelaciones de sus abogados fueron insistentes y la causa llegó a la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
El caso tenía un punto débil: uno de los camaristas tenía un vínculo familiar de segundo grado con Catán, por lo cual debió haberse apartado del expediente y dado lugar a otro juez. El Tribunal Supremo advirtió ese error técnico sobre la conformación de la Cámara, anuló el fallo y ordenó un nuevo juicio, en la sentencia C.902 XLIV, firmada el 19 de mayo de 2010 por los magistrados Carlos Fayt, Juan Carlos Maqueda, Elena Highton, Eugenio Zaffaroni, Enrique Petracchi y Carmen Argibay.
Claro que también se atuvo a la fría ley procesal y puso en libertad al acusado, una resolución fatal para otra de las sobrinas de Catán.
Ermelinda Celestina Díaz, alias la “China”, era una joven madre de 19 años, y estaba casada con el “Kike”, sobrino de “La Hiena”, con el que tenía dos niños de 3 años y de ocho meses. Pocos días antes de la decisión de la Corte Suprema, ella, Enrique Catán y los hijos de la pareja se habían mudado a Buenos Aires en busca de trabajo.
En 2013, Ermelinda regresó a Quimilioj porque “quería acompañar a su hermana en el nacimiento de su hijo”, contó en el juicio Margarita Bravo, tía de las chicas.
La “China” se instaló en la casa de su padre, en el paraje Bajo Sequeira, cerca de la casa de Segundo Catán, donde había vivido durante tres años con su marido. El sábado 19 de octubre, cerca de las 11 horas, “La Hiena” se presentó en la casa de la familia Díaz, amenazó a la joven con una cuchilla y la secuestró en su motocicleta junto a los dos niños. El agresor fue directamente hasta su propia casa, donde violó y apuñaló a la joven madre. Luego, huyó al monte.
Informados del secuestro por un vecino, los familiares de la “China” Díaz corrieron hasta la casa de Catán, pero al arribar se encontraron con una imagen desoladora: la joven estaba tirada en el piso de la vivienda sobre un charco de sangre, con los pantalones a la altura de las rodillas y varias heridas cortantes en el pecho y el abdomen. Como si fuera poco, los niños estaban junto a ella en el suelo: habían presenciado la violación y el asesinato de su madre.
La noticia y, aún más, la detención de Catán al día siguiente generaron una gran conmoción entre la población local. Los abogados que habían llevado el primer juicio y allegados a las familias Díaz y Catán recordaron enseguida con bronca que la Corte Suprema de Justicia había dictado la nulidad del fallo condenatorio anterior y que “La Hiena” había recuperado su libertad hacía dos años.
Tras cometer la segunda “violación seguida de homicidio” contra su sobrina política, Segundo Catán quedó detenido a disposición del juez penal Ramón Tarchini Saavedra. Esta vez, no hubo tecnicismo que salvara al violador de Quimilioj: en junio pasado, un nuevo tribunal lo condenó a 24 años de prisión por ambos crímenes.
