Dejen hablar al viento
Uno de los mejores libros de poesía del siglo pasado, La Tierra Baldía de T.S. Eliot, comienza con una dedicatoria de una fuerza devastadora: “A Ezra Pound, il miglior fabbro” (el mejor artesano). La cita fue tomada de la “Divina Comedia”, más precisamente de su Purgatorio, donde Dante califica como “Il miglior fabbro dell parlar materno” (El mejor artesano de hablar materno) a Arnaut Daniel, un trovador provenzal de la última parte del siglo XII. No casualmente, Daniel fue un autor rescatado por Pound.
El homenaje de Eliot no hace sino elevar a quien muchos consideran, más allá de sus posiciones políticas reaccionarias, uno de los mejores poetas de la historia. Ezra Loomis Pound, fallecido hace 50 años (1° de noviembre de 1972) en Venecia, fue además ensayista, músico y un crítico que rescató el arte trovador y lo desarrolló en una monumental obra conocida como Cantos o Cantares, que dio la vuelta al mundo en cientos de versiones.
Pound, nacido en Idaho, Estados Unidos, en 1885, marcó para siempre su vida cuando se definió como “fascista de izquierda” durante la Segunda Guerra, lo que le costó la detención en una prisión militar de Pisa, Italia, y en una jaula-manicomio de los EE.UU. El pago por su “delito de opinión” fue –más allá de sus repulsivas ideas- excesivo.
Su gusto por el arte provenzal nació mientras estudiaba filología del Renacimiento en la Universidad de Pensilvania. Una vez culminada su carrera, abandonó los EE.UU. y vivió sucesivamente en Gibraltar, Venecia y Londres. No obstante, fue en París, a partir de 1920, donde se codeó con la vanguardia artística y con escritores que se exiliaban voluntariamente en la ciudad luz, como Hemingway, Scott Fitzgerald, Samuel Beckett o James Joyce.
Allí se convirtió en “tutor” de sus pares y en “la voz crítica” por excelencia. Una recomendación suya bastaba para lograr la consagración. Cuando estaba en el pináculo de su fama, Pound “volcó” por completo y comenzó a defender tesis del fascismo italiano, partido para el que escribió cientos de panfletos. Incluso, el propio Benito Mussolini le otorgó un programa en “Radio Roma”, tras una entrevista en 1933.
Las transmisiones trataban temas culturales, políticos y económicos, y tuvieron tanto éxito que ofreció sus servicios al gobierno para que los norteamericanos simpatizaran con Italia ante de la batalla de Pearl Harbor. Señalaba entonces que la poesía debía ser hablada y escrita “lamentablemente en una realidad en la cual impera la usura, que afecta no sólo la vida económica de los hombres sino la manera de pintar un cuadro, de comprender una lectura, de escribir un libro”.
También opinaba que “la libertad de prensa se ha convertido en una farsa, pues todo el mundo sabe que la prensa está controlada, sino por los propietarios titulares, por lo menos por los anunciantes. La libre expresión bajo las condiciones modernas se convierte en una burla si no se incluye el derecho de libre expresión”.
Su posición partía de una idea general algo cerrada: Pound creía, quizá con acierto, que las guerras eran fomentadas por la codicia de usureros y traficantes de armas. "La usura es el cáncer del mundo, sólo el bisturí del Fascismo puede extirparla de la vida de las naciones", escribió en 1929. Pero sostenía absurdamente que esos usureros eran sólo norteamericanos y judíos. No había llegado a advertir que miles de alemanes santificaban a un político sanguinario con una gran producción armamentística sólo para beneficiarse y trasladar sus guanacias a Suiza.
Cuando los EE.UU. le declararon la guerra al Eje, en 1941, Pound mantuvo sus principios y fue acusado por una Corte de su país de “traición a la patria”. Recién en 1945 fue detenido por un grupo partisano y extraditado. Todas estas peripecias, aparecieron en el poema The Cantos, uno de los más influyentes del modernismo, sobre todo en la parte que va de los cantares 77 al 79. El libro fue escrito luego de su extradición y publicado en 1958, año en que Pound fue liberado de la cárcel-manicomio.
Muchos críticos de la literatura vieron en esa obra en versos un equivalente del Ulises de James Joyce por su importancia e influencia. En otros términos, gracias al camino abierto por Pound, habría a partir de ahí grandes poetas imaginistas. T.S. Eliot se reconocía su alumno.
Otro aspecto interesante de sus trabajos fueron los ensayos literarios y musicales como El ABC de la lectura, El arte de la poesía o Guía de la cultura. Es que, como sinólogo, Pound tradujo al inglés los pensamientos de Confucio y volcó sus ideas en la teoría moderna.
“La función social del escritor consistirá en escribir bien, con la máxima precisión y con economía en los términos. Esa función social debe estar unida a la ética: de ahí que Confucio recomendara a sus discípulos la lectura de las Odas para la perfección de su carácter”, comenta.
Todo ese saber, no obstante, no le sirvió para evitar que su país lo metiera en una jaula de hierro (“La jaula del gorila”, la llama en el libro), junto a otros condenados a muerte. Una experiencia de la que salió airoso gracias a un indulto y que le permitió regalarnos sus Cantares.
