Norah Lange, inteligencia noruega


Norah Lange fue desde muy joven una vanguardista en los campos del arte y de la vida. De una llamativa belleza pelirroja, fue acaso la primera mujer en romper con el canon machista de que las argentinas sólo debían escribir poesía. Ella escribió prosa e irrumpió en los ámbitos de los clanes literarios, que hasta entonces estaban reservados a los hombres. Además, fue el amor imposible de Jorge Luis Borges y la esposa de Oliverio Girondo. Nada menos.

Lange tenía una gran capacidad para tomar hechos y elementos insignificantes y convertirlos, bajo su mirada personal, en aspectos destacados de una narración o una poesía. Tal vez por eso, un crítico la llamó “la poeta de la simpleza compleja”.

Sin embargo, una lectura desatenta de sus libros puede llevar al equívoco, ya que detrás de la aparente banalidad de los recuerdos se esconde, en muchos casos, una dimensión reflexiva que pone en orden el mundo ficcional.

Otros críticos marcaron su facilidad para incorporar temas que, antiguamente, eran tabúes de la sociedad y que Lange desdramatizaba con una dimensión íntima y familiar. La muerte, por ejemplo, es un “pequeño” detalle de la condición humana. Por eso, es posible pensarla e incorporarla como temática en su literatura.

Fallecida hace cincuenta años, el 4 de agosto de 1972, Lange escribió libros fundamentales de la literatura argentina como “La calle de la tarde”, “Antes que mueran” o la novela “Personas en la sala”. No obstante, lamentablemente es más recordada por convivir toda una vida con Oliverio y haber integrado dos de los grupos literarios más importantes del siglo pasado: Martín Fierro, con su amigo Borges, y Proa, de la mano de Leopoldo Marechal.

Para demostrar que una mujer podía estar a la altura literaria de los hombres, Norah Lange escribió “Cuadernos de Infancia”, un libro que ganó el primer Premio Municipal y el segundo Premio Nacional en 1938, otorgado por un jurado de notables que integraban, entre otros, Eduardo Mallea y Manuel Mujica Láinez. Años después recibió el 

Gran Premio de Honor y la Medalla de Oro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).

Su obra está compuesta, básicamente, por tres libros de poesía: “La calle de la tarde”, de 1925, con prólogo de Jorge Luis Borges; “Los días y las noches” (1926) y “El rumbo de la rosa” (1930). Además, escribió cuatro novelas: “Voz de la vida”, de 1927, “45 días y 30 Marineros” (1933), “Personas en la sala” (1950) y “Los dos retratos” (1956).

Pero fueron sus memorias y discursos los que le dieron cierta fama entre sus contemporáneos. A los ya mencionados “Cuadernos de infancia”, y “Antes que mueran”, se sumaron “Discursos”, de 1942, y “Estimados congéneres”, de 1968. Hace unos tres lustros años, la editorial rosarina “Beatriz Viterbo” realizó un gran aporte editorial y publicó todas sus obras en dos tomos.

Norah nació en una mansión conocida como Villa Mazzini, en la esquina de las calles Tronador y Pampa, entre una familia con ascendencia nórdica: hija del ingeniero noruego Gunnar Anfin Lange (1855/1915) y Berta Erfjord, de nacionalidad argentina (1875/1960) y padres noruegos. A los cuatro años, se mudó con su familia a Colonia Alvear, Mendoza, donde vivieron hasta que el padre falleció y regresaron a la Capital Federal.

Ya a los 15 años se codeaba con Norah y Jorge Luis Borges, con Francisco Piñero, Roberto Ortelli, González Lanuza y otros grandes escritores de la época, aunque ella misma confesó más de una vez que fue el bardo ciego quien “ofició de único maestro” y quien la introdujo en las revistas “Proa”, “Nosotros” y la española “Vértice”, donde escribía artículos. En ese núcleo de literatos, conoció a dos de sus grandes amigos: el poeta Francisco Luis Bernárdez y el artista plástico Xul Solar.

Justamente esa clase de relaciones, le permitió participar, en diciembre de 1921, en la redacción del primer número de la “Revista Mural Prisma”. A partir de entonces, se hicieron famosas las veladas de Villa Mazzini, donde participaban Borges, Marechal, Jacobo Fijman, Emilio Petorutti, Cesar Vallejos, Raúl Scalabrini Ortiz y que fueron eternizadas un poco socarronamente en la novela “Adán Buenos Aires”, de Marechal.

Su vida quedó marcada para siempre en 1926, cuando asistió a un banquete en honor al patriarca de los escritores, Ricardo Güiraldes, por su libro “Don Segundo Sombra”. Alguien, que ella no recordaba, le presentó a Girondo, con quien inició una relación que, a pesar de ciertas interrupciones, duró hasta la muerte de Oliverio, en 1967. Fue tan intensa que no necesitaron casarse, aunque en 1943 pasaron raudamente por un registro civil.

Al igual que la casa de Victoria Ocampo, la vivienda de esta pareja resultó un imán para los intelectuales que viajaban a Buenos Aires: por allí pasaron el poeta español Federico García Lorca, el chileno Pablo Neruda y Raúl González Tuñón, apenas regresó de Europa. También se codearon con Jules Supervielle, el poeta dadaísta Tristan Tzara o el narrador uruguayo Felisberto Hernández, en sus viajes a París.

Eran tan solidarios con sus amigos que Juan Carlos Onetti les dedicó, nada menos que “La vida breve”, a Norah y Oliverio.