El Viejo y el mar, 70 años después
Todos los narradores estadounidenses fueron víctimas involuntarias de una tradición que consiste en escribir “La Gran Novela Americana”. Al menos desde 1851, las mejores plumas de ese país compitieron contra “Moby-Dick”, esa monumental saga de Herman Melville. La persecución del barco ballenero Pequod, comandado por el capitán Ahab, permanece inalterable en el primer puesto del ranking mítico.
Sin embargo, no fueron pocos los intentos de destronar a la ballena blanca, aun desde la admiración, como muchos escritores argentinos ensayaron (o ensayan todavía) destronar a Jorge Luis Borges. Uno de los mejores narradores del siglo XX, Ernest Hemingway, buscó hacerlo a través de una novela, también acuática, que cumple 70 años: “El Viejo y el Mar”.
El 8 de septiembre de 1952 apareció este relato redactado un año antes en Cuba. “El Viejo…” fue no sólo un intento monumental de Hemingway de alcanzar a Melville, sino además la última obra importante del escritor nacido en Illinois el 21 de julio de 1899.
Pese a haber recibido muchas críticas formales (el tono melodramático del relato decepcionaba a los lectores de “realismo”), la novela está considerada por la crítica como una de las piezas de ficción más importantes del último siglo. De hecho, fue llevada al cine en más de una ocasión, aunque el film que perduró en el imaginario colectivo fue el que adaptó Peter Viertel y dirigieron John Sturges, Henry King y Fred Zinnemann, con el papel protagónico de Spencer Tracy, Premio Oscar al mejor actor.
“El Viejo…” fue un gran negocio para Hollywood y para el autor: un año después de ser publicada, obtuvo el Premio Pulitzer a la mejor novela y despertó a los habitualmente dormidos académicos nórdicos que le otorgaron a Hemingway el Nobel de Literatura.
La historia es tan efectiva como simple. Un pescador, ya anciano, recuerda con nostalgia y amargura su vida pasada porque se encuentra falto de fuerzas y no logra una buena pesca. Tiene un joven ayudante que, pese a las escasas ganancias, está dispuesto a aprender del viejo y cuidarlo.
El nudo narrativo se desencadena cuando, luego de más de 80 días sin pescar y ser abandonado por su aprendiz, el Viejo se adentra solo en el mar con su pequeño bote y encuentra un pez enorme que le devolverá la confianza. Su lucha encarnizada finaliza con la captura, pero los finales felices no era propios de Hemingway. Por eso, mientras el pescador regresa a tierra, un grupo de tiburones devora el pez. No obstante, el Viejo cumple con su hazana y recupera el respeto de otros pescadores y, sobre todo, de su joven ayudante que regresa a trabajar con él.
Como es sabido, Ernest Miller Hemingway se suicidó en Idaho el 2 de julio de 1961 por motivos nunca bien aclarados. Antes de eso, fue uno de los principales periodistas, cuentistas y novelistas del siglo XX.
Desde muy joven, recorrió el mundo tras haberse alistado en el Cuerpo de Expedición Americano durante la I Guerra Mundial, al igual que sus contemporáneos John Dos Passos, William Faulkner y Francis Scott Fitzgerald, la “crema” de la llamada Generación Perdida.
Como veía mal de un ojo, consiguió que lo admitieran en la Cruz Roja como conductor de ambulancias y así estuvo en el desembarco de Burdeos. Herido en1918 por la artillería austriaca, salvó la vida de un soldado italiano caminando hasta que se desmayó. Un coraje que lo acompañaría toda su vida.
Con el fin de la guerra, continuó su carrera como periodista y se casó con Elizabeth Hadley Richardson, con quien se trasladó a París en 1922. Fue entonces cuando trabó relación con la “madre” de la Generación Perdida, Gertrude Stein, con el gran poeta Ezra Pound, Scott Fitzgerald y James Joyce, entre otros. En Francia, se ganó la vida como corresponsal de revistas y diarios norteamericanos y se empleó, por necesidad, como sparring de boxeadores.
Sin embargo, esa vida de pobreza cambió en 1925 cuando fue publicada “Fiesta”, su primera gran novela. Luego, llegaron “Adiós a las armas”, basada en su experiencia en el frente; “Muerte en la tarde”, sobre las corridas de toros, y “Verdes colinas de África”.
Volvió por poco tiempo a los Estados Unidos, pero su naturaleza trashumante lo regresó a Europa con motivo de la guerra civil española, que le deparó el guión del documental “Tierra española” y, por supuesto, la novela “¿Por quién doblan las campanas?”. Todavía le quedó tiempo, como corresponsal, para participar en el desembarco en Normandía, durante la II Guerra Mundial y estar en la liberación de París. Enseguida vendría su exilio voluntario en la Finca Vigía, de Cuba, y “El Viejo y el Mar”. Quizás fue ese espíritu nómade el que lo obligó a decir, durante la entrega del Nobel, que él era el “primer sato cubano que recibía ese importante premio”.
Ahora lo sabemos, las campanas doblan por ti, Viejo.
