Casi cien años de pesimismo



Tras varios meses de oscilaciones, homenajes y detracciones que comenzaron el 30 de abril de 2011, cuando falleció en su casa de Santos Lugares, Ernesto Sabato descansa y los lectores pueden alcanzar, por fin, una síntesis desapasionada frente a su obra literaria y filosófica. Es que la hojarasca de declaraciones, obituarios laudatorios y de los otros, críticas literarias, “opinadores” varios y cartas de lectores indignados, no dejó ver el bosque fecundo y contradictorio que fue ese escritor nacido el 24 de junio de 1911 en la ciudad bonaerense de Rojas. Una especie de Leopoldo Lugones moderno con “muchas capas en la cebolla”, como diría Günter Grass.

Y si el árbol nos tapó fue porque aquellos que lo admiran –verdaderos fanáticos de su literatura- salieron en masa a repudiar a la Academia y a las facultades de letras porque no lo consideraban lo suficiente bueno como para incluirlo en sus programas de estudio. Algo de razón tienen, no toda. Del otro lado, hubo un silencio respetuoso de sus censuradores que apenas rompieron dos o tres destemplados con argumentos políticos, como su conocido antiperonismo o el ya manido almuerzo con el dictador Jorge Rafael Videla.

Un escritor es, casi siempre y a pesar de sí mismo, mucho más que sus ideas políticos, literarias y filosóficas. Es su obra. Si no, qué sería de Jorge Luis Borges, hombre contradictorio si los hubo. Porque hay que aclarar, le guste a quien le guste, que el antiperonismo de Sabato fue una filosofía. No tuvo nada que ver, como en el caso de Borges, con un enojo momentáneo que lo llevó a reivindicar la Revolución Libertador y a apoyar en un primer momento la última dictadura cívico militar. Una estupidez momentánea. No, Sabato, de origen comunista, era un antiperonista programático, al menos hasta la restauración de la democracia en 1983.

En su ensayo El otro rostro del peronismo: Carta abierta a Mario Amadeo, de 1956, no sólo combate la “natural tendencia al fascismo” de Juan Domingo Perón, sino que la emprendió contra sus votantes, escribiendo que el motor de la historia “es el resentimiento” y que en el caso argentino “se acumula desde el indio, el gaucho, el gringo, el inmigrante y el trabajadores moderno hasta conformar el germen del peronista”. Queda entonces claro, que esto no proviene de una “calentura del momento”, sino de una conformación sociológica pensada, más allá que sea errónea o no.

Ahora bien, así como Sabato fue un antiperonista convencido, por lo cual muchos saltaron a la yugular de su literatura, también hay que decir que se rebeló ante todas las injusticias, incluso las injusticias contra el peronismo. Es un hecho conocido –y muchas veces obviado con maldad- que el escritor fue nombrado por la mal llamada Libertadora interventor de la revista Mundo Argentino y que renunció menos de un año después con motivo de las “torturas” y fusilamientos” a militantes obreros y militares peronistas. Cuando muchos callaron y el genial Rodolfo Walsh llegó meses más tarde, Sabato reaccionó de inmediato como se debía: denunció la masacre de José León Suárez desde el propio gobierno y dimitió.

A esto hay que sumarle que en El otro rostro del peronismo si bien manifiesta su animadversión por “El General” defiende la tarea social de Eva Duarte y reclama que no se tome revancha con el pueblo peronista. Ese posicionamiento le causó inconvenientes con sus pares escritores y con el mundo intelectual, mayoritaria y fervorosamente antiperonista, empezando por el mismo Borges, quien con su proverbial ironía lo bautizó Ernesto Sótano, “porque siempre escribe de tumbas y túneles”. Sin duda, fue un hombre contradictorio: Físico y traductor en su juventud, pintor en su vejez, pero por sobre todo un ensayista polémico y autor de una de las mejores novelas de la historia argentina, El túnel.

Su larga relación con Borges mantuvo los vaivenes de la historia política argentina. El encuentro entre ambos se produjo en 1941, cuando la revista Teseo, de La Plata, publicó una crítica elogiosa firmada por Sabato de La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares, quien quiso conocerlo y lo visitó junto a su amigo. A partir de ese episodio, comenzó a colaborar en Sur, la revista de Victoria Ocampo, y participó en el “Desagravio a Borges”, cuando el bibliotecario fue nombrado en 1946 “inspector de gallinas”.

Dos años más tarde, tras haber llevado el manuscrito de El túnel a varias editoriales de Buenos Aires, que lo rechazaron, Sur publicó la novela que introdujo en la Argentina el existencialismo, algunos dicen que a instancias del dúo dinámico “Biorges”. Un éxito: El túnel recibió una de las críticas más entusiastas que se le conocieron al francés Albert Camus, tanto que hizo gestiones para que fuera publicada en la editorial Gallimard. A partir de entonces, Sábato supo del éxito y de unas 20 traducciones.

Recién en 1961, apareció su segunda novela, Sobre héroes y tumbas, que narra la historia de la aristocracia argentina en decadencia y la muerte del General Juan Lavalle, héroe de la Independencia, en medio de las guerras civiles. La obra tuvo un éxito tan fenomenal que cinco años después había vendido120.000 ejemplares. Sabato fue condecorado con la orden de Chevalier des Arts et des Letras, del gobierno francés. En tanto, su tercera y última novela, Abaddón el exterminador se publicó en 1974 con un argumento apocalíptico y un personaje enigmático que se llama “Sabato”, pero no logró el efecto de sus trabajos anteriores y fue olvidada, acaso justamente.



Las posiciones de Ernesto Sabato tienen dos extremos incompatibles: un apoyo virtual a la última dictadura militar y la presidencia de la comisión que investigó los crímenes de lesa humanidad durante la restauración democrática. No fue casualidad que el 19 de mayo de 1976, dos meses después del golpe genocida, el dictador Videla almorzara con lo más granado de la intelectualidad argentina en la Casa Rosada: Sábato, Borges, el presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, Horacio Ratti, y el cura católico y narrador Leonardo Castellani. Una curiosidad de ese encuentro fue que el único que le preguntó al dictador por la situación de Haroldo Conti, quien había desaparecidos dos semanas antes, fue el sacerdote.

Al término de la reunión, Sábato declaró al diario La Opinión que “hubo un altísimo grado de comprensión y respeto mutuos. En ningún momento la conversación descendió a la polémica literaria o ideológica”, aunque se pronunció contra la prisión del escritor Antonio Di Benedetto.

Años más tarde, el infierno de su pesimismo, como lo definió él mismo, lo llevó a adjurar de esas ideas y a encabezar la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas. Así fue toda su vida, personal y literaria, llena de contradicciones, de éxitos masivos y fracasos rotundos. Siempre fiel a su pesimismo.


Fotos: Archivo General de la Nación