Autobiografías: el discreto placer de espiar a otro
Es un “pacto tácito”, así de simple. El género autobiográfico es un contrato firmado entre un escritor y sus lectores que tiene como objetivo suspender por unas horas el escepticismo. El autor se compromete a narrar con verosimilitud su vida y el leyente a creer en ese relato, más allá de que sea cierto o no. Un “pacto de verdad literaria” para decirlo con corrección.
Desde la época del primer autor de una autobiografía reconocida como tal, el emperador romano Marco Aurelio (121-180 dC), hasta nuestros días, ese acuerdo ha tenido un éxito de público asombroso por dos motivos: El primero, porque el escritor descubre una parte de sí de una manera que nunca lo haría en un género ficcional (más allá de que algunos novelistas suelan afirmar que sólo escriben acerca de ellos, esa supuesta “biografía” está tamizada por la “literatura del yo”). El segundo, porque el lector asiste a la función de espiar la vida del otro sin culpas. Si bien no es exactamente un autobiografía, el “Borges” de Adolfo Bioy Casares, por ejemplo, tiene el magnetismo del chisme y la miseria del delator. Vemos ahí a un Jorge Luis Borges a veces frágil, a veces punzante y siempre irónico, pero atravesado por un Bioy que se presente a la vez como confidente y calumniador.
Ese “pacto de verdad literaria” diferencia, en suma, una autobiografía de una novela, dado que ningún lector le exigiría a ésta que el hecho narrado pertenezca a campo de lo verídico, ni que los personajes sean reales, aun cuando algunos héroes literarios hayan cobrado a veces más vida que los históricos. Y si no, que le pregunten a los miles de fanáticos de todo el mundo que, desde 1954, celebran en Dublin cada 16 de junio el “Bloomsday”, en homenaje a Leopold Bloom, el personaje principal de la novela “Ulises”, de James Joyce. O a los cientos de turistas que caminan desde la casa del escritor checo Franz Kafka hasta el Castillo de Praga tratando de reconocer las marcas geográficas de sus relatos.
Los críticos también establecieron diferencias entre la autobiografía (del griego “autos”: propio; “bios”: vida; y “grafos”: escritura), el autorrelato, las memorias y los diarios íntimos, aunque todos parecerían formar parte de la literatura autorreferencial y mimética. Es decir, son subgéneros que habitan la frontera difusa de la historia y la literatura. Ese límite hipnotiza a los lectores porque bajo un mismo nombre se identifica al autor del libro, al narrador del relato y al protagonista de lo narrado, generando la ilusión de asistir a un documental de intimidades.
La literatura clásica grecorromana carece de ejemplos destacados de autobiografías. El emperador Marco Aurelio (uno de los filósofos estoicos más importantes en los primeros siglos de la Era cristiana) fue tal vez el inventor con sus “Meditaciones”. Sin embargo, para vislumbrar el primer auge del género hay que remontarse a la Edad Media, un período de inclinación espiritual. Las “Confesiones” de San Agustín, acaso sea el primer gran relato autobiográfico. Ese impulso vinculado a la cristiandad impuso el género hasta el Renacimiento, tiempo en que se destacaron el “Libro de la Vida”, de Santa Teresa de Jesús, los “Escritos” de San Ignacio de Loyola y los relatos (con mucho de ficción y autoelogio) de los conquistadores de “nuevos mundos”, como Bernal Díaz del Castillo o el Duque de Estrada.
En esa misma época, los artistas advirtieron las posibilidades que brindaba la autobiografía y se lanzaron a “reconstruir” sus vidas. Una de las narraciones más significativas de esa especie es “Vida del orfebre” del gran escultor italiano Benvenuto Cellini.
Más allá de ser antecedentes, ninguna de estas obras se compara en belleza y magnitud con las autobiografías que se escribieron en el siglo XVIII, donde el género se terminó de moldear tal como lo conocemos ahora. Y en buena parte eso se debe a las “Confesiones” de Jean-Jacques Rousseau, quien no sólo “reinventó” la categoría sino que generó un modelo para toda la literatura introspectiva siguiente, sobre todo para el Romanticismo. De este lado del Atlántico, también hay que destacar las “Memorias” de Benjamin Franklin.
¿Por qué es un género tan dinámico? Porque tiene una gran ventaja respecto de la biografía: no debe ser documentada ni justificada, es decir, puede descansar en la memoria (y en el entero arbitrio) del escritor. Además, es necesaria por nuestra natural tendencia al chisme.
Cuando murió, el escritor Mark Twain, padre de la literatura moderna norteamericana, ordenó que su autobiografía permaneciera inédita durante cien años. ¿Miedo a las reacciones de sus contemporáneos? ¿Un experimento? La primera hipótesis es posible; la segunda queda descartada porque no estaría presente para sacar sus conclusiones. No obstante, hay una tercera hipótesis más plausible: El novelista fue un genio del marketing mucho antes de que éste se inventara.
Cumplido ese siglo, su “Autobiografía” fue un éxito sin precedentes, tanto que la impresión inaugural del primero de los tres tomos, de 700 páginas, agotó en una semana 7.500 ejemplares en el estado de California. A raíz del éxito, sus editores (el “Mark Twain Project” de la Universidad de Berkeley y “University of California Press”) hicieron una tirada de 300 mil volúmenes que se distribuyeron en los Estados Unidos y generaron un creciente interés por su obra. Incluso se publicaron otra vez sus novelas “La aventuras de Tom Sawyer” y “Las aventuras de Huckleberry Finn”. Otra broma más de ese bromista que se llamaba en verdad Samuel Clemens. Veamos un ejemplo:
“Nací el 30 de noviembre de 1835, en el casi invisible pueblo de Florida, en el condado Monroe de Missouri. El pueblo tenía cien personas y yo aumenté en un 1 por ciento su población. Lo cual es más de lo que muchos de los mejores hombres en la historia han hecho por sus lugares de nacimiento”.
De acuerdo con Ernest Hemingway, Twain fue “el autor más importante” de los Estados Unidos. Uno tiende a coincidir con el autor de “París era una fiesta” en el momento que lee la “Autobiografía”, pues no se detiene en la vida del escritor sino que detalla la sociedad de su tiempo, en especial a los personajes principales de lo que llamamos Historia. A Theodore Roosevelt, por caso, lo califica como “el hombre más impulsivo que existe” porque sostenía que los Estados Unidos debían dialogar con un garrote en la mano. En cambio, a John Rockefeller, lo acusa directamente de evasor: “El mundo cree que ‘El Patriarca’ (como lo llamaban) tiene una fortuna de mil millones de dólares. Sólo paga impuestos por dos millones y medio”.
El libro es atrapante, se destaca por su prosa moderna y su estilo humorístico y, como aditamento, abarca gran parte del siglo XIX, desde que nació Twain, en 1835, hasta que murió en 1910, un período especialmente duro de la historia estadounidense que incluye la “Guerra Civil” y la esclavitud. En contraste, como autobiografía es curiosa porque no respeta cronologías, más bien vaga por pensamientos sin rumbo y en algún momento se detiene y precisa.
La vida de Twain, larga y emocionante, surge en el relato de manera espasmódica, como un torbellino de ideas que le da al relato el colorido de la ficción. El humor, la ironía y –a veces- el cinismo se hacen presentes para pintar una sátira social o una filosofía de las costumbres que, en la visión de este autor, son un tanto bárbaras.
En otros tramos del texto, Twain sostiene un interés de crítico literario porque puntualiza los instantes de elaboración y publicación de sus novelas con una frescura y agilidad que bien merecen ser leídas como una novela. En este aspecto, son de destacar sus apreciaciones sobre la guerra y la esclavitud, temas fundamentales como germen teórico en la elaboración de sus novelas que, cien años después de su muerte, nos brindas nuevos motivos interpretativos para su obra de ficción.
En resumen, una prosa veloz (como su mejor periodismo), llena de fuerza y de vivencias.
En tanto, la “Historia de mi vida” de Giacomo Casanova pertenece al mismo subgénero de autobiografía. El libro no sólo relata la existencia desenfrenada de un “Don Juan”, sino que entrega un cuadro detallado de las costumbres de la sociedad del siglo XVIII. La biografía de una época, para decirlo de otro modo. Quizá lo más destacado de ese texto sea la sinceridad de los testimonios: Casanova no ahorra pormenores de sus malas acciones, aunque la existencia rica del personaje –y su carácter literario- seducen todo el tiempo.
“Historia de mi vida” cuenta, por supuesto, la vida de un libertino o, mas bien, de un seguidor de la filosofía del libertinaje durante su juventud. Más tarde, el envejecimiento conlleva un tono pausado y pensado que logra conformar una ideología del hedonismo. Aventurero, seductor, espía, músico y, ante todo, brillante escritor, Casanova apela a una sinceridad sin fisuras: “Empiezo declarando a mi lector que, en todo lo que de bueno o de malo he hecho en mi vida, estoy seguro de haber merecido elogios y censuras, y que por lo tanto debo creerme libre”. La libertad, por tanto, no sólo es una cuestión individual, sino que se trata de una tensión dinámica entre el sujeto y la sociedad que le toca en suerte.
Además, es interesante detenerse en su interrelación con comediantes, cantantes, actores y, más que nada, actrices dado que en el ámbito teatral el autor no se limita a observar, sino que actúa. Recrea un personaje de sí mismo, lo que hoy adjetivamos como “un casanova”. Así es como el disfraz invade su páginas “actuadas”, mientras que se reserva hacer de “sí mismo” en la sosegada quietud del escritorio, frente a sus libros. En suma, no es “apenas” una autobiografía; es una performance de vida que, en la quietud de la vejez, se somete a la introspección.
Así nos enteramos que la cultura de Casanova está alimentada mucho más por la experiencia que por libros, los que, sin embargo, nunca desdeña. “Empecé a conocer el mundo, estudiándolo en el gran libro de la experiencia”. Este autor, entiende la cultura como una fenómenos social en que prevalece la conversación sobre la lectura. Por eso es capaz, según sus confesiones, de charlas durante horas sobre el poeta griego Horacio o sobre las ideas de un filósofo en boga. Por último, debemos afirmar que “Historia de mi vida” es un libro deliciosamente bien escrito.