Walter Benjamin: una tumba sin cuerpo
Todo estudiante de arte, de comunicación, de filosofía, de historia o de sociología leyó alguna vez un ensayo de Walter Benjamin. Hace más de 80 años, este pensador alemán era inducido a suicidarse en un pequeño pueblo de Cataluña mientras escapaba del nazismo.
Portbou es un pueblito pintoresco del Pirineo catalán, a orillas de la Costa Brava. Entre sus colinas escarpadas, que descienden hacia el Mediterráneo, hay un cementerio de una belleza arquitectónica y natural estremecedora: un túnel de acero, excavado en el acantilado, conduce hacia el mar a través de un estrecho pasadizo. Al final de la escalinata, una placa de cristal se interpone entre el visitante y el precipicio con una advertencia: Es tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica está consagrada a la memoria de los que no tienen nombre. Esa intervención artística llamada Pasajes, del israelí Dani Karavan, es quizá el homenaje más emotivo que haya recibido el autor de la frase, el pensador Walter Benjamin, fallecido allí hace 81 años mientras escapaba del nazismo.
Walter Benedix Schönflies Benjamin, judío y comunista heterodoxo, había nacido en Berlín el 15 de julio de 1892. Tras la asunción de Adolf Hitler como canciller alemán, el filósofo inició en 1933 un exilio de siete años, la mayor parte de ellos en París, donde escribió sus ensayos más importantes: La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica, Sobre algunos temas baudelerianos, Tesis sobre el concepto de Historia y el Libro de los Pasajes. En 1940, debió abandonar la Capital del Siglo XIX, como la había bautizado, ante la invasión del Ejército nazi a Francia. Gracias a la gestión de sus amigos de la Escuela de Frankfurt Theodor Adorno y Max Horkheimer, Benjamín consiguió un visado para ingresar a los Estados Unidos, pero sólo podría usarlo si se embarcaba en Portugal, un país neutral en la II Guerra Mundial. La falta de permiso de residencia en Francia lo decidió entonces a un acto desesperado: Cruzar ilegalmente hacia España por los Pirineos, aun a riesgo de su precaria salud, con una pesada maleta que portaba sus manuscritos y gran cantidad de morfina.
La húngara Lisa Fittko, guía de montaña de la Resistencia, la alemana Henny Gurland, una fotógrafa que se casaría más tarde con Erich Fromm, y el hijo de ésta, Joseph, ayudaron al pensador a atravesar la montaña por un paso entre los parajes de Banyuls–sur-mer y Portbou. El 25 de septiembre de 1940, cuando los fugitivos presumían haber concluido su calvario, las autoridades franquistas les negaron el ingreso y anunciaron que serían deportados a Francia, ya controlada por la Gestapo. Mientras se concretaba su expulsión, Benjamin fue alojado con custodia en el Hotel de Francia. En el cuarto Nº 3 de esa pensión portbouense, el pensador resolvió que no moriría en un campo de concentración: “Es una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar. Es un pequeño pueblo situado en los Pirineos, en el que nadie me conoce, donde mi vida va a acabarse. Le ruego que transmita mis pensamientos a mi amigo Adorno y que le explique la situación a la cual me he visto obligado”, le escribió a Gurland luego de tomar una fuerte dosis de morfina. Falleció a los 48 años, entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre.
El suicidio de Benjamin, paradójicamente, permitió que el resto de los emigrados continuara su camino hacia Portugal. También desencadenó varios enigmas: el médico Pedro Gorgot certificó la “muerte natural por hemorragia cerebral” sin mencionar la droga. Los papeles que el filósofo cargaba en el maletín desaparecieron. Su cuerpo fue sepultado en el nicho 563 del Sector católico del cementerio. En 1945, sus huesos culminaron en un osario común. Sus biógrafos se preguntan, todavía hoy, si se suicidó o fue asesinado por agentes de la Gestapo.
En el camposanto de Portbou, a metros de un viejo olivo, una roca en forma de pirámide irregular recuerda la memoria de Benjamin. Muchos visitantes creen que es su tumba, aunque sus huesos nunca fueron encontrados. En la base de la roca, una placa negra tiene grabadas las iniciales WB, las fechas 1892 y 1940 separadas por unas gafas redondas y un fragmento de su Tesis sobre el concepto de Historia: No hay documento de cultura que no lo sea también de la barbarie.
Una barbarie que perdura por más de ocho décadas.