C.5 – Contra los críticos


 

No pocos productores de ficción consideran que los críticos literarios son “escritores frustrados” y que la Crítica resulta una “actividad parasitaria” de la Literatura, un género periodístico, ensayístico y/o universitario que ha crecido exponencialmente desde principios del siglo XX hasta ocupar “demasiadas páginas” de libros, revistas, suplementos culturales o sitios Web a expensas de “verdaderos autores” y “verdaderas obras”. En este sentido, una de las diatribas más valiosas contra los críticos, sobre todo por la calidad estilística del injuriador, se la debemos a Roberto Arlt, quien en el prólogo de la novela Los Lanzallamas les advierte a los intelectuales argentinos: “El futuro es nuestro (de los escritores, aclaramos), por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura (como los críticos), sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un ‘cross’ a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y que los eunucos bufen”. Un plan que bien podríamos equiparar, en el XXI, al discurso tan en boga Anti-Puan, contra la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

En 1931, año en el que se publicó Los Lanzallamas, “los eunucos” (los que conocen la teoría e ignoran la práctica), eran los críticos que imponían una lectura uniforme y estetizante de la tradición literaria argentina; la historia parnasiana de Leopoldo Lugones, si se quiere. Parados sobre el canon oficial de las clases acomodadas e ignorantes de otras experiencias literarias, decían que Arlt escribía mal cuando en realidad escribía diferente (antes le habían colocado ese sayo a Estanislao del Campo y a  Eduardo Gutiérrez, el autor de Juan Moreira). Lo supiera o no, Arlt estaba forjando un programa contra esa tradición, un programa radical que, con el paso del tiempo, se ubicaría en el centro de una corriente literaria, en la que hoy podríamos sumar a David Viñas y a Abelardo Castillo, entre otros. Uno de los tantos malentendidos que construyeron los críticos y que vino a corregir, a mediados de los años ’50, el grupo de la revista Contorno.

Claro está que las invectivas arltianas contra los comentadores de libros, como preferimos denominarlos, estaban dirigidas a un tipo de procedimiento crítico mayoritariamente en desuso en la actualidad: el que se apoya en la hermenéutica (en la interpretación o en los excesos de interpretación) y emite juicios de valor concluyentes desde un supuesto saber. Sin embargo, hay otras críticas y otras maneras más productivas de pensar la Literatura y la Crítica literaria, nos parece. Al respecto, el francés François Mauriac deja una pista en una de sus frases más citadas: “Un mal escritor puede llegar a ser un buen crítico, por la misma razón que un pésimo vino puede llegar a ser un buen vinagre”. Aquí, el aparente desdén hacia el comentador de libros (recordemos que el Premio Nobel de Literatura 1952 fue escritor, crítico y periodista) incluye la certeza de que se tratan de actividades distintas.

La Crítica literaria, al menos en la versión que más nos interesa, está emparentada no tanto a la inclinación binaria de la interpretación y la clasificación (bueno-malo, bien escrito-mal escrito, literatura para la gente-literatura para escritores, tradición-vanguardia) sino a un pensamiento dialéctico que intente una observación más técnica de los libros: cómo funcionan, qué procedimientos utilizan, con cuáles textos o con cuáles tradiciones se relacionan y qué teorías se consiguen elaborar después de leerlos. En este prototipo de análisis tampoco está mal emitir juicios de valor, siempre que se tenga en cuenta que son juicios provisorios y contingentes, y que otros lectores/comentaristas vendrán luego y elaborarán ideas, incluso ideas superadoras, acerca del mismo texto o corpus de textos.

Desde este punto de vista, estimamos que un modo fecundo de considerar la práctica crítica no es como esa “actividad parasitaria” que describe un libro y lo juzga con los preconceptos culturales que posee el comentador. Es más bien una operación que dialoga sin prejuicios con el texto comentado y lo rehace desde otras perspectivas; una forma híbrida vinculada a la vez con el ensayo (meditaciones sobre un elemento) y con la ficción (creación y recreación). Un Discurso Shanzhai, como lo define el filósofo surcoreano Byung–Chul Han tras el estudio de la cultura china.


. El discurso shanzhai


En el libro El arte de la falsificación y la deconstrucción en China [1], Byung–Chul Han sostiene que la expresión Shanzhai (sustantivo y adjetivo al mismo tiempo en castellano) se refiere a la asimilación de un artefacto, una forma o un conocimiento, no para componer luego una falsificación o una parodia, sino para rediseñar sus funciones y, a veces, mejorar el original. Si bien en Occidente el término es equiparado con fake o con clon tecnológico –es decir con la usurpación y el no pago de derechos de autor o derechos industriales, una obsesión capitalista– sus significados no son del todo semejantes para los orientales. Además de tomar prestada una idea, Lo Shanzhai deconstruye esa idea y le suma su propia riqueza imaginativa o técnica al reconstruirla, de tal manera que el producto resultante no tenga nada que envidiarle al modelo.

Para dar un Caso shanzhai vinculado a la Crítica, podríamos decir que Ricardo Piglia fue uno de los grandes lectores de la literatura argentina porque antes estudió muy cuidadosamente a los formalistas rusos, a Walter Benjamin, a Bertolt Brecht y los ensayos de Jorge Luis Borges, sobre todo El escritor argentino y la tradición y Kafka y sus precursores. Ahora bien, las reflexiones que asimiló de sus antecesores –esa deuda intelectual que todo escritor o crítico tiene con la tradición– adquieren otras significaciones y se convierten en nuevas especulaciones desde el momento en que empieza a funcionar el aparato conceptual y la agudeza de lo que llamaríamos La Máquina de Lectura Piglia. Con esto queremos remarcar que el autor de Crítica y ficción leyó la literatura a partir de Borges, aunque el resultado fue diferente. Es nuestra visión, superior, aunque nuestra visión sea provisoria y contingente.

En esa instancia donde el saber y la imaginación se aplican a una lectura, la Crítica literaria se equipara a Lo Shanzhai: es un discurso que alude a un texto (que vive de un texto, si quieren), pero también deconstruye sus sentidos y procedimientos para replicarlos en un intento de reconstrucción. Para ejemplificarlo desde la Teoría de los Géneros, explica los sentidos y procedimientos de una novela desde un ensayo o una nota de prensa. Al ser un discurso que reseña a otro (si usara un lenguaje distinto, sería un metadiscurso, aunque no lo es en el sentido estricto), desestima de inmediato su estatus de originalidad del mismo modo que lo hace gran parte del arte moderno, como lo presagiaba ya en 1936 el extraordinario artículo de Benjamin La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica [2]. No casualmente el comentario de libros es un género que cobra auge en el siglo XX, la época de “la reproductibilidad técnica”.

La operación de deconstrucción y reconstrucción de un texto hace que la crítica literaria, si está bien hecha, no sea fake, ni una “actividad parasitaria”. No hay apropiaciones del ensayo crítico al libro criticado, a no ser que se las busque a través de complejos mecanismos paródicos como los de los grandes intertextualistas de la literatura, entre los que podemos señalar a Stanislaw Lem, con Vacío perfecto, o el borgeano Pierre Menard, autor del Quijote [3]. El de Menard, se sabe, nunca será exactamente el Quijote de Miguel de Cervantes, por el mismo motivo que la crítica literaria nunca será la opera prima. A lo sumo tendrán una conexión de correlación.

Como Lo Shanzhai, la Crítica no pretende embaucar a nadie con su singularidad (aunque muchas veces alcance un grado de originalidad importante como en los casos ya citados de Josefina Ludmer o Alan Pauls), en contraste con cientos de novelas, cuentos y poemas que se basan en una reproducción más o menos disimulada, más o menos implícita, de procedimientos y temas precedentes bajo el paraguas de la intertextualidad. La capacidad de innovación de la crítica respecto de la obra aludida es de lectura a lectura (de una sumatoria de lecturas en el tiempo, diría), en una operación de recreación no tan divergente, nos parece, de las operaciones del Pop-Art.

La Crítica literaria es, por supuesto, un género pop.

Entonces, los críticos pueden afirmar junto al Conde de Lautréamont: “El plagio es necesario; el progreso lo implica”, aunque los escritores bufen.


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Notas

[1] - Traducción de Paula Kuffer.

[2] - Publicado originalmente en la revista alemana Zeitschrift für Sozialforschung (Revista para los estudios sociales), 1936.

[3] - Incluido en el libro de Jorge Luis Borges Ficciones, 1944. Obras Completas. Emecé, 1974.

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Glosario

. Intertextualidad: relación existente entre distintos discursos o textos. No debe confundirse con paráfrasis o plagio.


© José Luis Cutello, 2019
Imagen: Roberto Arlt