C.4 – El discurso de la crítica
Un análisis de los conceptos vertidos hasta aquí por escritores, críticos y filósofos nos señala que los asertos de las teorías literarias más difundidas desde principios del siglo XX y los juicios elaborados por reseñistas acerca de un texto ficcional –o de un corpus de textos– son efímeros, provisorios, contingentes y a veces infundados. Parafraseando a Marshall Berman, todo lo que nos resulta sólido en una primera lectura se desvanece en el aire en la siguiente lectura [1]. El diletantismo del “hombre de letras” que menciona Enrique Pezzoni en el acápite de este ensayo es un hecho verificable en la tradición cultural, al menos de Occidente.
Revisemos esos adjetivos:
1) La vigencia de las apreciaciones teóricas y críticas en artículos de revistas y suplementos culturales es en general efímera, como sucede con la gran mayoría de las notas de prensa. Las redes sociales, bajo el arbitrio de ese archivo desmesurado que es Internet, han extendido la circulación de algunos análisis de un modo azaroso y arbitrario a fuerza de retuiteos, comentarios y likes. Claro que para esta pauta hay excepciones notables debido al talento y el esfuerzo de ensayistas y periodistas culturales que proponen sus hipótesis en formato de libro, algo más duraderos en el campo de las ideas. Lo mismo ocurre con las investigaciones universitarias, aunque tengan una difusión mucho más acotada. No obstante, se puede comprobar que cada crítico o profesor lee elementos determinados de un texto y deja afuera de su lectura otros elementos: hace una “utilización política de las teorías”, como dice Josefina Ludmer.
2) Las evaluaciones son también provisorias, desde ya, porque otros juicios y otras teorías estéticas –incluso con criterios mejor elaborados– vendrán luego a refutar o a enmendar el camino de las primeras en una cadena de acumulación de saberes no siempre lineal: esa suma da un paso para adelante y dos para atrás, diríamos con Lenin. Cada generación tuvo, tiene y tendrá sus lecturas canónicas –tanto de libros cuanto de escritores– pese a una tendencia de calificar como “definitivos” algunos ensayos: por ejemplo, la lectura de Arlt que hizo la revisa Contorno, la de Borges que hizo Alan Pauls (El factor Borges), la de Puig que hizo Ricardo Piglia (Las tres vanguardias) o la de Benjamin que hizo Beatriz Sarlo (Siete ensayos sobre Walter Benjamin). Tendencia que nosotros compartimos.
3) La contingencia, en cambio, está provocada por las derivas de la Historia: aquello que leemos en un momento concreto como Literatura (como buena literatura), pierde su eficacia en otros momentos y es leído desde otro género y con otros parámetros. Un libro que a mediados del siglo XIX era considerado apenas una “diatriba” o un “panfleto”, el Facundo de Sarmiento [2], perdió en el siglo XX su eficacia contra el régimen de Juan Manuel de Rosas y es leído como la mejor novela argentina de la época. Lo propio suele acontecer con la Crítica literaria: envejece. ¿Se imaginan el efecto de un texto con la densidad programática de S/Z, de Roland Barthes, entre los discursos precarios de la posmodernidad o del siglo actual?
4) Finalmente, reputamos a veces infundados o dudosos los juicios y las teorías con pretensiones de verdad que se elaboran a partir de los textos. Así lo demuestran no sólo la proliferación de hermenéuticas encontradas entre sí (de excesos de interpretación, podríamos decir) sino además los estudios sobre los discursos de la postverdad –o lo postfactual–, para los cuales los hechos objetivos son menos influyentes en los lectores que las emociones y las creencias personales, de la misma manera que sucede en la política partidaria de los países. Entonces, nunca hay una verdad en la lectura, como procuraba cierta Filosofía del siglo XVII o XVIII, sino el relato de una verdad o, más bien, “una lucha entre distintas verdades”, idea que se le atribuye desde hace más de 150 años a Friedrich Nietzsche.
Veamos esta inconsistencia desde otro ángulo. En debates sobre géneros literarios, suele preguntarse si son semejantes la Novela con base histórica y la Historia o la biografía novelada. Por supuesto que no. En este último género, los divulgadores [3] se toman la licencia, para denominarla de algún modo, de rellenar a su antojo los huecos que dejan los documentos y los testimonios, y construyen una historia falaz que el lector consume como auténtica. En cambio, la llamada Novela histórica no se asienta sobre ninguna veracidad; es por definición genuina en los términos de la ficción, de Lo Fictus. Como decía Juan Rulfo: “La literatura es mentira”.
Desde el punto de vista de Nietzsche, la Crítica literaria sería semejante a un campo de batalla, a una lucha por imponer una lectura desde la persuasión discursiva: una herencia de los sofistas griegos [4]. O, en el caso de ser consciente de su fracaso, se encargaría de “poner al desnudo” los mecanismos de un texto y de desmontar “la pretensión de verdad de cualquier discurso y de sí misma”, de acuerdo con Jorge Panesi.
. Cuál es su territorio específico
Estos problemas cuasi epistemológicos, que observamos aquí con el espíritu de un historiador que toma como objetos de análisis la Teoría y la Crítica literaria, se debaten también entre los especialistas en Letras y en Lingüística cuando se intentan circunscribir los usos del lenguaje. A grandes rasgos, advertimos en tal sentido dos grandes movimientos que ya citamos: los que buscan un discurso inmanente para la Teoría y la Crítica, y los que practican un método expansivo nutriéndose de paradigmas y discursos vecinos.
En la primera corriente, se busca un lenguaje específico y procedimientos propios, un ímpetu que viene de la Estética. Entonces, el discurso queda limitado por sus diferencias con los discursos de otras disciplinas: una delgada línea demarcatoria que divide parcelas epistemológicas. En el segundo movimiento, se abandona la inmanencia y la lengua se ensancha hacia territorios lindantes: la lingüística, la semiótica, la filosofía y la psicología, entre otros. Claro que en la práctica la división entre ambos movimientos no es tan esquemática como la presentamos: muchas teorías estéticas buscaron su discurso exclusivo apoyándose en otra disciplina, por caso los formalistas rusos en la lingüística o el grupo Tel Quel en el psicoanálisis lacaniano.
Panesi propone una tesis mucho más precisa en un ensayo sobre Benjamin y Jacques Derrida [5]: traza una distinción entre las disciplinas que “custodian rigurosamente las frontera propias y las ajenas” (la sociología, el psicoanálisis) y la “precipitación de la crítica literaria”, es decir, dos concepciones de la lengua que están en pugna. Las primeras buscan “la pertinencia”, “el fundamento diferencial” para circunscribir “el objetivo de su estudio”. La segunda se ubica “más cercana a la lengua de su objeto”, dice Panesi, quien pone como ejemplos a Benjamin y a Derrida. Lo mismo sucede con la Crítica del siglo XXI, más cercana a la autobiografía que al paper universitario, como vimos en el primer apartado.
Es muy difícil determinar con exactitud cuál es la “pertinencia” de la Teoría y la Crítica literaria porque, según parece, todas las escuelas –desde los formalistas rusos hasta el Postestructuralismo francés o los estudios culturales– aspiraron a crear su aparato teórico y su lenguaje solo para sepultar a las escuelas precedentes. Supongo que esto sucede a partir de la primera noción particular de las vanguardias de principios de siglo XX: Ostranénie [6]. De todas maneras, también en cierto que ambas siempre abrevaron en conceptos de otras disciplinas: la psicolingüística, la sociolingüística, la sociología marxista o psicología estructuralista aplicada a los textos así lo testimonian.
Buceando en estéticas de siglos anteriores, podemos mencionar otros modos de Crítica literaria que se ubican “cerca de la lengua de su objeto”. El movimiento romántico alemán Sturm und drang y Gotthold Lessing pergeñaron una función interesante para el comentario de libros: un discurso que pertenece al texto. Sea como estudio preliminar o explicación final, el autor o un reseñista ampliaba o completaba (a veces dirigía las miradas hacia un punto particular) el sentido de la obra. Una consecuencia directa de este movimiento es lo que algunos llaman “la incursión literaria” de Sigmund Freud.
Freud origina en sus análisis psicoanalíticos y culturales un nuevo tipo de discurso crítico: “el que relata y también teoriza sobre su relato”, como afirma la escritora y periodista Sonia Catela [7]. Se trata de un género híbrido que comprende narrativa y ensayo. Como el grupo Sturm und drang, el vienés completa el sentido de su novela (de su caso clínico, sería más adecuado) con una especie de metarrelato: la teoría aplicada y explicada. De acuerdo con una interpretación de Benjamin acerca del surrealismo, podría apuntarse que Freud utiliza “un lenguaje conquistador, prepotente, que impone su ley [su propia interpretación] en el lenguaje de los sueños”.
Al fin y al cabo, lo que todo teórico o crítico pretende: imponer su interpretación, al igual que los escritores con su producción ficcional. Esta alusión nos hace memorar la falsa novela Gigamesh, de Patrick Hannahan [8], un seguidor heterodoxo de James Joyce: “Joyce había confeccionado sus deslumbrantes charadas sin dotarlas de ninguna interpretación suya; por tanto, cada crítico puede lucir su erudición, su agudeza de largo alcance e incluso su genial capacidad de interpretación, a través de los comentarios aplicados al Ulises y a Finnegan. Hannahan, en cambio, lo hizo todo él mismo. Sin limitarse a crear la obra, le añadió un aparato explicativo dos veces más voluminoso que la misma”. Una humorada desopilante de Stanislaw Lem contra la Crítica.
En síntesis, los lectores más o menos entrenados sabrán enumerar muchas características y campos de maniobra de la Teoría y la Crítica literaria. Ahora bien, se hace mucho más dificultoso definir exactamente cuáles son sus procedimientos recurrentes y cuál es la demarcación de los respectivos territorios de esas dos disciplinas condenadas a marchar juntas. Nuestra valoración como un discurso efímero, provisorio y contingente surge de estas propiedades.
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Glosario
. Fictus (latín): ficticio, falso, artificial. En Literatura, se trata también de la lógica de articulación de cada texto.
. Hermenéutica: Método de interpretación sobre el sentido de los textos. La técnica se remonta a los mitos antiguos y a las escrituras religiosas.
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Notas
[1] – Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad (All that is solid melts into air, Nueva York, 1982). Berman parafrasea a su vez el Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels.
[2] – Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas. Domingo Faustino Sarmiento, 1845.
[3] – Usamos el término “divulgador” para no ofender a los historiadores profesionales que se queman las pestañas en los archivos o citan en regla trabajos de otros colegas.
[4] – Se puede consultar al respecto: Filóstrato de Atenas o Filóstrato, Lucio Flavio. Vida de los sofistas. Gredos. Madrid, 1998.
[5] - Walter Benjamin y la deconstrucción. Revista Aguafuerte Nº 1, noviembre de 1992.
[6] – Ostranénie: término ruso que significa extrañamiento, desautomatización, desfamiliarización de las palabras al cambiarlas de su contexto habitual.
[7] – Artículo en el diario Clarín, 30 de septiembre de 2001.
[8] – En Vacío perfecto, de Stanislaw Lem.
