Adenda – La crítica como autobiografía cultural


 

Ricardo Piglia, el narrador, crítico y docente que marcó una época con sus lecturas de las tradiciones literarias argentinas [1], solía enseñarle a sus alumnos que la Crítica literaria (un género que cultivó desde su juventud en artículos de revistas, en suplementos culturales de diarios, en libros de ensayos y en su autobiografía Los diarios de Emilio Renzi) es una práctica que está relacionada a la tarea del detective de la literatura policial. El crítico y el investigador de crímenes intentan descifrar enigmas en los libros “aunque no los haya”, decía. Desde esta perspectiva, todo lector atento es un “detective de sentidos” que puede incurrir en excesos hermenéuticos.

Al igual que la teórica y profesora Josefina Ludmer, Piglia sostenía que “cada uno es dueño de leer lo que quiere en un texto”, siempre y cuando la reflexión, el ensayo o el artículo resultante de esa lectura logre una justificación coherente a partir del corpus citado. En nuestra opinión, esta operación deriva en dos tipos de lecturas: las que pasan inadvertidas y se ordenan como una más en el universo de estudios, y las definitivas, las que son insoslayables a la hora de trabajar un libro o una literatura nacional. El autor de la novela Respiración artificial producía análisis del segundo tipo: dejaba huellas en las novelas y los escritores que tocaba. Entonces, como le sucede a Jorge Luis Borges en Kafka y sus precursores, los nuevos críticos leen de una forma nueva los libros que desentrañó Piglia.

La crítica de este autor se convirtió en canónica, para definirla con un adjetivo en boga, porque se halla repetida como cita, apropiación o plagio en los trabajos de cientos de reseñistas y alumnos de la carrera de Letras. Inclusive entres sus pares prestigiosos. Baste mencionar, como ejemplo, sus ensayos sobre dos de las tradiciones más fuertes de la narrativa argentina: Roberto Arlt y Jorge Luis Borges, o su Tesis sobre el cuento

La eficacia de lo que hemos llamado Máquina de Lectura Piglia está encadenada, nos parece, con un modelo benjaminiano de leer la realidad en la ficción (como los marxistas) y, a la vez, la ficción en la historia (como los utopistas). Desde este criterio, la función de la crítica se vincula –ya lo señaló el formalista ruso Yury Tyniánov– con la introducción de una serie social en la literatura: una especie de autobiografía política, ideológica y cultural del propio productor y del lector-crítico de un texto o un corpus de textos.

Un segundo punto que nos gustaría destacar es el intento pigliano (ya es momento de que se use el adjetivo) de leer una novela como si fuera un ensayo y un ensayo como si fuera una novela. Por eso le gustaba tanto una cita de Paul Valéry: “El Discurso del Método (de René Descartes) narra la pasión por una idea”. También sospechaba que había que leer el psicoanálisis freudiano como una “ficción de sueños, citas, recuerdos”, no muy diferente a las novelas de Mario Levrero. Es decir, un “folletín de las clases medias”, un discurso por entregas de 50 minutos, precisaba.

Claro que esta lectura tiene los efectos de “un exceso hermenéutico”. Porque las hipérboles son una parte preponderante de la crítica literaria que hacen los productores de ficción, decía Piglia. El problema, suponemos, está enlazado con los textos de ficción que escriben: los grandes escritores que además producen críticas comentan textos para reafirmarse en un canon que los contenga. Quieren estar adentro. Por caso, cuando Borges inserta en una tradición de la literatura argentina a Macedonio Fernández se está ubicando en el adentro como sucesor.

El propio Piglia se colocaba en el eje de una escena hipotética de la cultura argentina al leer la tradición argentina desplazándola del canon liberal y centralizando a Arlt, Macedonio Fernández, Leopoldo Marechal y Manuel Puig. Al respecto, podríamos arriesgar que es el primer crítico que combina, que ubica en la misma cosmogonía de sentidos, a dos faros potentes y hasta ahí antagónicos de la literatura nacional: los autores de El juguete rabioso y de Ficciones. En este sentido, recordemos el acápite de Prisión perpetua: “Sólo se pierde lo que realmente no se ha tenido”, un cita de Borges que él atribuye a Roberto Arlt.

En este juego de equívocos intencionales está la base de la Teoría Piglia. Para alejarse del denominado Realismo y del experimentalismo lacaniano, imperantes en sus años de formación, el Piglia-crítico modifica sus procedimientos: lo importante para él no es cómo la realidad transforma una ficción (un viejo anhelo marxista y el de sus continuadores psico-marxistas en la década de 1960) sino como una ficción transforma la realidad. Y en esta nueva tradición se ubica como heredero de Macedonio: El museo de la novela de la Eterna como una sombra que sobrevuela La ciudad ausente; de Arlt: Nombre falso después de Los siete locos y Los Lanzallamas; y de Borges: La muerte y la brújula como sustento de Respiración artificial [2].

Como Erik Lönnrot [3], el historiador Marcelo Maggi [4], muere por el exceso hermenéutico de querer interpretar la última dictadura cívico militar.


. La ficción escrita como un ensayo crítico


La mención a Maggi nos sirve, asimismo, para leer en clave de ensayo, como le hubiese gustado a Piglia, su novela canónica: ¿Qué nos dice Respiración artificial? Creemos que plantea ciertos problemas que todos los escritores se plantean: ¿Existe una historia que sea posible contar? ¿Se puede captar la experiencia de la Historia en el presente? ¿Puede ser cambiado el pasado a través del discurso?

Respiración artificial fue considerada por la crítica literaria como una de las últimas grandes novelas argentinas del siglo XX, pero también una novela de tesis: responde, a su manera, con firmeza, esos cuestionamientos que están a mitad de camino entre la praxis crítica, la investigación histórico-filosófica y la falsificación literaria. Clave esencial en la ficción de Piglia y, aunque no lo supiera, de Arlt.

La novela reorganiza la historia de la década de 1970 con la idea de que la experiencia del pasado puede ser captada y finalmente modificada por la observación del presente: una tesis de Walter Benjamin. En este sentido, Piglia retoma la operación de Borges en Kafka y sus precursores, pero también las Tesis sobre la Historia de Benjamin, y lee la literatura argentina de forma que sus conclusiones puedan modifican el pasado y ser útiles en el porvenir.

La narrativa moderna –desde Proust, Joyce y Kafka– es un género híbrido que entrecruza ficciones con otros discursos. En palabras del crítico Jorge Panesi: “El texto literario toma elementos de sistemas de sentidos sociales vigentes y los recombina”, lo que indicaría que está urdida en parte con retazos de otros discursos. Un ejemplo claro vislumbramos en las novelas, que suele fagocitar distintos tipos de enunciados (cartas, confesiones, informes técnicos, historia, etc.) y los adapta a su producción. Piglia ensaya –y logra– en Respiración Artificial una teoría del intertexto con una novela hecha de citas y epístolas, como sus ensayos.

La problemática de la trama (¿Cómo narrar la vida del doble agente rosista-unitario Enrique Ossorio, suicida en Copiapó en la víspera de la caída de Juan Manuel de Rosas?) se convierte en una novela policial donde el enigma escondido es el paradero y la vida de Maggi, quizá preso político, quizás integrante de la lista de desaparecidos durante la última dictadura militar. Esta última, la verdadera historia de Respiración, es la que surge debajo de la primera, como indicaría la Teoría del Iceberg, de Ernest Hemingway.

Bajo los procedimientos del policial, en los cuales el detective es el sobrino de Maggi (otra vez, siempre, Emilio Renzi), el texto intenta reinstalar el sentido de la historia argentina (el rosismo como periferia de la dictadura cívico-militar) desde las ruinas del presente, como diría Benjamin. La novela, que se escribió durante los años ‘70, preanuncia su destreza en la primera cita del libro: “Tuvimos la experiencia pero no su sentido, y el acceso al sentido restaura la experiencia”, de T.S. Eliot.

El historiador Tulio Halperín Donghi resaltó al leer esta novela que “más que claves para entender el desenlace particularmente atroz de la crisis argentina, lo que se busca aquí (en la novela) es el sentimiento de la experiencia de vivir ese desenlace”. Es que la novela traza pistas codificadas para la crítica literaria (la cita borgeana, el enigma arltiano) y también para la censura política: como Maggi, el agente Ossorio también puede leerse como uno más de los que engrosa la lista de los desaparecidos políticos de otro siglo.

El ensayista y docente Enrique Pezzoni asegura que con Respiración parece romperse “la relación mimética con respecto al mundo sin caer en el esquema simplista de la literatura”. Y subraya: “En ese texto se produce un juego retrospectivo-prospectivo que se une a eso que ha inventado Piglia: la ficcionalización de la crítica, transformando al libro en un acontecimiento notable, importantísimo”. Otra vez, la crítica como ficción o, si se quiere como Biografía cultural. Un género que, en palabras de Panesi, constituye un “espacio indecidible entre el discurso crítico y la autobiografía”.

Ahí está una de las claves de lectura, nos parece. Respiración Artificial es un texto histórico que inventa su propio linaje y un texto literario que produce su sistema de escritura a partir del ensayo, el robo, la cita, la intertextualidad: la lectura de Arlt y Borges.


__

Nota

[1] – La literatura argentina tiene tal riqueza que no existe una sola tradición literaria, como pretendía la historia parnasiana de Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas. Hay varias, aunque las dos que enmarcan las prácticas culturales con más asiduidad en el siglo XX, y aun en el XXI, parecerían ser las de Roberto Arlt y Jorge Luis Borges.

[2] – Piglia, Ricardo. Respiración artificial. Debolsillo. Buenos Aires, 2013.

[3] – Erik Lönnrot es el detective de La muerte y la brújula. En Artificios, la segunda parte de Ficciones. Obras Completas. Emecé. Buenos Aires, 1974.

[4] – Marcelo Maggi, el historiador que estudia un episodio preciso de la caída de Juan Manuel de Rosas y desaparece sin dejar huellas en Respiración artificial.


© José Luis Cutello, 2019
Foto: Eterna Cadencia