Un falso nazi suelto en París
Hay historias que merecen ser contadas a partir del final porque las características del personaje así lo imponen. O porque el personaje se convirtió en una leyenda de las páginas policiales. Esta es una de ellas: Marcel Petiot no sólo fue un notable médico francés, sino también un asesino serial que aprovechó la invasión nazi a su país para cometer una innumerable cantidad de homicidios y estafas. Pese a la brutalidad de sus métodos, fue además un hombre de excelente humor, según relatan quienes lo conocieron. Por esto, a nadie le extrañó que minutos antes de morir en la guillotina, el 25 de mayo de 1946, exhibiera su ácida ironía a los asistentes a la función:
–Caballeros, les ruego que no miren… Esto no será bonito.
Fueron sus últimas palabras.
En la París ocupada por el nazismo, no era una sorpresa la desaparición de personas, sobre todo si esas personas eran judías, gitanas, comunistas o antifascistas de la Resistencia. Los SchutzStaffel, los SS, se encargaban de que se ausentaran para siempre vecinos que hasta el día anterior había llevado una vida más o menos normal y rutinaria a pesar de la guerra. El terror alemán imponía que muchos otros llevaran una vida clandestina, sin ver la luz del sol durante meses.
En ese contexto, el respetado médico trazó su propio plan de exterminio que tuvo un cierre a toda orquesta: el 11 de marzo de 1941, la policía y los bomberos respondieron a un llamado de emergencia por un incendio en una lujosa mansión ubicada en uno de los barrios más caros de París. El techo de la casa corría peligro de desmoronarse, pues se veían llamas sobresaliendo de la chimenea. Los bomberos consiguieron forzar una puerta e ingresar a través del sótano y allí, precisamente allí, descubrieron una escena escalofriante.
La casa del terror.
El depósito subterráneo de la vivienda estaba repleto de fragmentos descuartizados de unas 30 personas, algunas de las cuales fueron carbonizadas en un crematorio casero (el origen de las llamas) y otras depositadas en un pozo de cal viva. La vivienda, como habrá adivinado el lector, pertenecía al admirado doctor Petiot, quien hasta entonces había llevado una vida ejemplar entre lo más granado de la clase alta parisina. A modo de coartada, el médico aseguró casi orgulloso que los restos pertenecían a 63 soldados nazis y colaboracionistas, pero luego se comprobó que pertenecían a franceses de pura cepa, muchos de ellos judíos.
Jamás se supo el número exacto de asesinatos que cometió Petiot, pero los psiquiatras que lo trataron concluyeron que la guerra le había provocado un síndrome esquizofrénico que le facilitaba matar sin piedad y sin importarle quiénes eran sus víctimas. Asimismo, determinaron que era un hombre muy inteligente, amable y de un trato extraordinario con sus pacientes, vecinos y amigos.
El médico solía ganarse rápidamente la confianza de las personas que lo frecuentaban. Según ratificaron algunos testigos durante el proceso penal que se le siguió, uno de sus trucos era hacerse pasar por un miembro de la Resistencia francesa bajo el seudónimo de Capitán Valéry y ofrecerle ayuda para huir del país a ocasionales desesperados. Una vez acordada la fuga hacia Sudamérica, Petiot recomendaba que no le participaran de los planes ni a uno solo de sus familiares para que nadie se preocupara del paradero del fugitivo ni se abortara el escape. De esa manera, nadie lo echaría de menos y, en caso de que lo buscaran, siempre podría acusarse a los nazis.
Marcel Petiot, que había nacido el 17 de enero de 1897 en la ciudad de Auxerre, mató entre 24 y 63 personas de acuerdo con los registros policiales. Por supuesto, muchos de ellos eran judíos o miembros de la Resistencia, aunque al parecer no había una actitud totalmente racista en su conducta atormentada. Durante la Primera Guerra se alistó en el Ejército y resultó herido por una granada, lo que le provocó «desórdenes mentales», según determinaron las fuerzas armadas en su ficha de baja. No obstante, prosiguió su vida normal, se recibió de médico, obtuvo bastante renombre en su profesión e inició una carrera política como concejal.
Su primer consultorio estuvo ubicado a partir de 1922 en la ciudad de Villeneuve-sur-Yonne, en la región de Borgogna, donde su carrera política progresó hasta ser elegido alcalde, y contrajo matrimonio con Georgette Lablais, hija de un prestigioso comerciante. Acusado de malversación de fondos públicos, debió dejar el cargo, abandonar la ciudad en 1935 e instalarse en París. Un año después estuvo internado en una clínica psiquiátrica tras protagonizar un robo menor: se le diagnosticó cleptomanía.
En 1941, bajo la ocupación nazi compró una casa en el número 21 de la calle Le Sueur, cerca del Trocadero, a la que le realizó trabajos de remodelación importantes, como la elevación de sus muros perimetrales y un sótano equipado con una cámara hermética: más tarde se supo que era un horno, similar –aunque mucho más pequeño– a los que habían ordenado construir los nazis en Auschwitz. Además, había equipado el sótano con un pozo subterráneo.
A partir de 1943, comenzó a asesinar gente que capturaba bajo el ardid de dirigir una célula de la Resistencia. Lo tragicómico fue que esa supuesta red clandestina fue descubierta por los nazis, que lo detuvieron y lo torturaron para que diera información. No fue enviado a un campo de concentración porque era un médico de la alta sociedad y porque, durante el interrogatorio, demostró no conocer nada de la Resistencia.
En marzo de 1944, cuando se denunció el incendio de su casa, la policía logró contabilizar 24 cadáveres mutilados. Él, en cambio, confesó 63 asesinatos de soldados alemanes. Lo concreto es que durante el proceso un perito señaló que se habían hallado 150 kilogramos de tejido corporal calcinado.
Tras una breve fuga, Petiot fue aprehendido el 2 de noviembre de 1944 y encerrado en una cárcel de máxima seguridad. El juicio comenzó cuatro meses más tarde y entonces se descubrió su faceta: no era un luchador de la Resistencia, como su abogado defensor había esgrimido, sino un criminal serial. Petiot le decía a sus abogados y a los guardiacárceles que no dejaran de acudir al juicio porque sería «el más surrealista y confuso de la historia de Francia».
Sin embargo, la fiscalía probó con claridad que el médico atraía a perseguidos, preferentemente judíos, con el pretexto de ayudarlos a escapar a la Argentina. Luego los asesinaba y les quitaba todas las posesiones y riquezas que podía. Además, exigía colaboraciones monetarias para la Resistencia francesa que, por supuesto, guardaba en su caja fuerte.
Tres semanas después del inicio, el jurado lo declaró culpable de 24 de las 27 acusaciones que le imputó la fiscalía. El 4 de abril de 1946 fue condenado a muerte y sus bienes fueron expropiaron para que se repartieran entre los familiares de sus víctimas. Murió en la prisión de La Santé de buen humor –o loco, vaya uno a saber– un minuto después de predecir que la caída de la hoja de la guillotina no sería un espectáculo bonito.
