Clase de mitología griega
a Cristina Mahne y a José Montero
Nuestro programa de estudios, estimados alumnos, señala como tema para la clase de hoy el Caso Prometeo. O si ustedes quieren, el Mito de Prometeo. En lo personal, me gusta más llamarlo Caso Prometeo porque, como verán al final, tiene todos los condimentos de un buen relato policial negro, a lo Raymond Chandler. Eso sí, con algunos tintes de sadismo clásico. Me sería fácil saltar este escollo pidiéndoles que lean la tragedia Prometeo encadenado, de Esquilo. De esa manera, nos adentraríamos en las claves principales de las leyendas divulgadas por los griegos, ese pueblo antiguo que inventó lo que designamos actualmente como alta cultura; ese mismo pueblo que, siglos más tarde, malgastó todo su capital intelectual y moral mediante sucesivos acuerdos stand-by con el Fondo Monetario Internacional. Bueno, casi como nosotros, los argentinos… Sin embargo, me gustan los caminos largos y difíciles, como a Odiseo.
Sí, señor, primero respondo a su pregunta, aunque le advierto que es una pregunta digna de la Universidad Kennedy y no de la UBA: Esquilo fue un poeta nacido en Ática, sur de Grecia, un dramaturgo al que todos los especialistas en literaturas clásicas consideran predecesor y maestro de Eurípides, quien sentó las bases del teatro antiguo heleno, y del ateniense Sófocles, verdadero descubridor de eso que se denomina psicoanálisis: el Complejo de Edipo Rey es, como ustedes saben, el fundamento del curanderismo freudiano y lacaniano… Si usted gusta, busque más datos en el Diccionario de mitología griega y romana, de Pierre Grimal.
Les decía que vamos a tomar el camino largo y difícil, es decir, les contaré el Caso Prometeo desde un punto de vista histórico, con los pocos datos duros y documentos fidedignos que tenemos al alcance desde que los arqueólogos alemanes y británicos desenterraron los tesoros del Partenón y robaron miles de piezas que se exhiben ahora en el MET norteamericano, la British Library de Londres y en el Pergamonmuseum de Berlín. Para esto, primero debemos repasar –digo repasar porque descuento que ustedes ya lo conocen– el Mito de Cronos.
Pues bien, ahí vamos:
Los viejos comentaristas griegos dicen que Cronos, el Tiempo, gobernaba el Universo desde épocas inmemoriales, desde mucho antes de la propia creación del Universo con su formación astrofísica vigente de planetas, lunas, estrellas y asteroides… Era el señor de las vidas y las muertes, el amo de los hombres, las mujeres, los niños y las bestias, el déspota de los semidioses y los monstruos, el líder indiscutido de los dioses del Olimpo.
Además de ejercer con mano firme el noble oficio de tirano –porque hay que saber mucho para ser un buen tirano y sino pregúntele al emperador Julio César–, Cronos cultivaba el hobby, por llamarlo de algún modo, de merendarse a los hijos que engendraba con su esposa Gea, la Tierra progenitora. El muy egoísta estaba guiado por un solo propósito: conservar para siempre sus facultades y posesiones, sin herederos que ambicionaran el trono.
Muy molesta, más que molesta les diría, por esta costumbre repugnante que no le permitía criar a sus retoños, Gea planeó una venganza, una ingeniosa estratagema para embaucar al avaro de su marido: cuando nació el último descendiente de la estirpe, llamado por su madre Zeus y por los romanos Iuppiter, ella le dio al dios absolutista una roca envuelta en pañales cagados en reemplazo del pequeño. El Tiempo, ciego en su devenir helicoidal, se atracó con el objeto ignorando el trueque. Así fue como la Tierra pudo amamantar y proteger a su único hijo vivo.
Una vez desarrollado en años, en fuerzas y en sabiduría al amparo de su madre, el adolescente Zeus –posteriormente otro dictador empedernido– expulsó a su padre del Olimpo con la asistencia de un grupo de tareas represivas, según reseñan los documentos que escamoteó en la ruinas del río Éufrates y tradujo al alemán el profesor germano argentino Reinhard Von Volken, especialista en filosofía presocrática, en tetralogía babilónica y en mitos clásicos. El propio Zeus, con ayuda de sus secuaces Neptuno y Plutón, a quienes obsequió los bienes del Mar y del Infierno en pago de sus servicios, se apoderó con malas artes del rayo de los Titanes, designados por algunos historiadores como La Guardia Suiza de Cronos, venció a su padre y lo condenó al ostracismo.
A raíz de tanto valor y arrojo, el Cielo, la Tierra y el Infierno, por respeto o quizá por temor a sus escarmientos sanguinarios, reconocieron para siempre el mandato omnipresente de Zeus.
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En forma personal –y aun sin muchas pruebas documentales en mi mano– me ubico entre quienes consideran que la supremacía de Zeus en el Universo se apoyaba en el miedo: en aquellos días, los del Génesis que describe el Antiguo Testamento, solía referirse con discreción en los pasillos oscuros del Partenón y en las aulas de la Academia –nunca en los estrados de los jueces– que el Primer Mandatario del Olimpo mantenía ocultos, en los márgenes del Estado, a grupos armados clandestinos que raptaban, torturaban y, en caso de ser necesario, hacían desaparecer en el volcán Etna a sus antagonistas… Una especie de precursores de la Triple A.
Y aquí sí, no los entretengo más. Dejen de hacer crucigramas o de jugar al ajedrez que nos introducimos directamente en nuestro tema:
El semidiós Prometeo, un romántico inexorable que no había tenido una actuación muy lúcida hasta ese año, presentó en los Tribunales del Olimpo revelaciones por demás contundentes acerca de las atrocidades cometidas por Zeus. Inclusive, dijo haber sido uno de los represores que capitaneaba el dios y que quería declarar como arrepentido… Pero como ustedes imaginan, las leyes amañadas y los jueces corrompidos le fueron esquivos. (Hago un paréntesis: como observan, estimados alumnos, la Argentina se parece mucho más a la Antigua Grecia de lo que suponemos).
Les decía que la ley le fue esquiva a Prometeo: en castigo a su temeridad y a su presunto falso testimonio, de acuerdo con un decreto de los magistrados… Bah, en castigo a su carácter de buchón, para ser honestos, Prometeo fue encadenado a la cima del monte Elbrus, el más alto de la cordillera del Cáucaso, en donde un buitre debía devorarle el hígado que, empecinado, volvía a crecer en una y otra oportunidad para regocijo del plumífero amigo de Zeus. El buitre, ciertamente otro engranaje de la maquinaria represiva olímpica, no cesaba de comer vísceras frescas, aseguran las tradiciones que propalan por ahí los abuelos de los abuelos.
El Caso Prometeo condujo a varios dioses menores del Olimpo a cuestionar el accionar abusivo de Zeus, aunque la controversia no llegó a menguar en nada las potestades del dios más autoritario del Universo. Muchos años más tarde de haberse cumplido la injusticia contra Prometeo, un libelo anónimo de la Era del romano César Augusto afirmaba, en el año 12 antes de Cristo, que… leo mejor: “Posteriormente ninguno de los grandes asesinos y torturadores de la historia fue original, sino meros epígonos del verdadero Gran Torturador de la eternidad: el hijo de Cronos”.
Pese a la contundencia de los testimonios, la tesis que señala a Zeus como un déspota implacable y un hijo rencoroso genera algunas vacilaciones en autores más modernos. La legitimidad de estas opiniones resulta, no obstante, sospechosa a partir de una hipótesis excéntrica que sobre el tema elaboró el checo Gustav Janouch. Este escritor, camarada y contemporáneo de Franz Kafka y Max Brod, escribió: “En definitiva el destino de Prometeo no fue eterno porque todos se cansaron de la sinrazón de Zeus: los dioses y los semidioses se cansaron de protestar y olvidaron la causa de su protesta, hasta que Hércules rescató a Prometeo del Cáucaso. También se cansó el buitre de comer hígado crudo, tentado por manjares más jugosos y sazonados, como pichones de aves o cabras del monte. Finalmente, las vísceras de Prometeo, hastiadas de tanto sufrimiento, dejaron de crecer”.
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Como comprenderán a partir de este resumen que les hice, estimados alumnos, las leyendas tienen elementos contradictorios entre sí y la verdad histórica es muy difícil de establecer: ni siquiera sabemos con exactitud si existieron los dioses del Olimpo, más allá de lo que diga Esquilo, que sí existió… No como el tarambana de Sócrates, que era un personaje ficticio de Platón.
En realidad, la única leyenda que mantuvo su vigencia por los siglos de los siglos fue la venganza que lanzó el padre de Zeus cuando era expulsado del Cielo, según indican los documentos rescatados en las catacumbas babilónicas por mi maestro, Reinhard Von Volken. En medio de su derrota, Cronos decretó con el remanente debilitado de su poderío la progresión incesante del tiempo, ese suceder malicioso que nos carcome un poco de vida cada mañana. Por eso, los estudiantes de letras clásicas dicen “un día menos” cuando llega la hora de irse a dormir.
En síntesis, el ahora muy anciano Neptuno continúa ejerciendo su autonomía en el Mar, pero es jaqueado a menudo por barcos atómicos rusos, pesqueros de ballenas japoneses, tiburones o pulpos modificados genéticamente y otras bestezuelas de ese estilo. Plutón, en cambio, debió jubilarse como dios del Averno por el avance incontrolable de su colesterol y porque un Papa polaco decretó, cerca del tercer milenio, que el Infierno era “sólo un estado del alma”. A su vez, Zeus raciona hoy su existencia pontificia entre tataranietos, choznos y semidioses aduladores, que le transmiten noticias falsas acerca de su imperio en decadencia, del mismo modo que a varios presidentes y ministros de economía argentinos. Por su parte, Prometeo gobierna en la actualidad sus propias sinrazones lejos de la cordillera del Cáucaso y del Olimpo, más precisamente en un geriátrico de Sicilia, donde sobrevive con Mal de Alzheimer bajo los cuidados de su novio Hércules.
¿El buitre? ¡Ah, me olvidaba, tiene razón! El buitre, abandonado por los dioses a partir de la liberación de Prometeo, falleció de muerte natural.
© José Luis Cutello, 1996
