Rabia o los recursos de la tragedia moderna
Aunque el llamado “Realismo” aparezca en teoría contrapuesto a la Fantasía, no existe una grieta profunda entre ambos modelos literarios. El Realismo, que utiliza procesos causales que fingen no diferir de los del mundo real, y la fantasía, en la que predominan procesos causales ficticios, conviven y se mezclan en las narrativas contemporáneas. Es una condición casi ineludible: si halláramos un relato que desplegara solo motivos verosímiles, refiriera sucesos reales-históricos y, al mismo tiempo, hubiese sido escrito con un lenguaje mimético, sin tropos ni otras figuras retóricas, estaríamos probablemente frente a un artículo periodístico o un ensayo con pretensión de verdad.
De la misma manera, si leyéramos un texto que a lo largo de todas sus páginas empleara motivos ficticios y un lenguaje sin referencias, sin correlaciones en el universo que reconocemos como propio, tropezaríamos con el terreno de lo ilegible, lo inentendible o lo incomunicable. La novela Finnegans Wake, de James Joyce, se aproximan a esta idea.
Pero para que se produzca esa correspondencia entre Lo Real y Lo Fictus no es indefectible que un hombrecito verde traído de Marte aterrice en un texto que represente los hábitos telúricos del campo argentino y modifique el curso de los acontecimientos rurales. Para subvertir el “efecto realista” en Literatura, alcanza a veces con la incorporación de un hecho insólito –o al menos inesperado– que sacuda al lector, lo desautomatice y lo aparte de la experiencia de absorber significados rutinarios.
Un arquetipo de esta transgresión se encuentra en la Tragedia, cuya vigencia –desde los clásicos griegos hasta hoy– se basa en que interpreta e interpela los sentimientos de los seres humanos como ningún otro género lo ha logrado. Durante siglos, presentó un marco que solo albergaba a la nobleza o a la alta burguesía (Edipo Rey, de Sófocles, o Anna Karenina, de León Tolstoi), mientras desatendía las pequeñas desventuras de la “gente del común” o las relegaba hacia una parienta bastarda: la Novela. Por el contrario, las narrativas actuales aprovechan las características de la Tragedia y, al mismo tiempo, cuenta las peripecias fatídicas de los “sin nombre”.
Rabia, de Sergio Bizzio, es un buen ejemplo de la metamorfosis de una tragedia moderna, cuyas antiguas convenciones quedan asimiladas en una novela que avanza a golpes de causalidades ficcionales. Además, es una manifestación sutil de distanciamiento de Lo Real.
El argumento puede ser resumido así: Rosa, una mucama de 25 años que trabaja en una mansión del barrio porteño de Recoleta conoce a José María, un albañil de 40, se enamoran y comienzan a tener pequeñas vivencias de “gente simple”: charlas en la puerta de servicio de la vivienda, una caminata hasta el supermercado más cercano o una incursión a un “telo” del Bajo. Nada que asombre al lector más allá de un engañoso costumbrismo urbano sin sobresaltos. Los protagonistas están delineados de una forma hiperrealista que los hace certeros y queribles, a tal punto que nos animaríamos a insertarlos en un melodrama al estilo de Manuel Puig, tal vez por su procedencia social humilde o porque se mueven en base a rachas de fortuna esquiva, como los personajes de Roberto Arlt.
. El distanciamiento de Lo Real
Detrás de la mascarada detalladamente objetiva, el narrador de Rabia introduce un incidente inusitado que, a su vez, desencadena otros incidentes inusitados que se expanden en la trama hacia una tragedia con final imprevisto: el hombre comete un asesinato y se esconde de la policía en la mansión sin ser detectado por los dueños: la confabulación de su novia suple la posibilidad de fabulaciones sobrenaturales o actos heroicos. A partir de entonces, el albañil se convierte por decisión propia –al menos hasta que sus problemas con la ley sean olvidados– en el fantasma de la casa (un fantasma real, no metafísico ni psicológico) y abandona para siempre su vida pasada. No deja de rondarnos en la mente Otra vuelta de tuerca, de Henry James.
La segunda ocurrencia extraordinaria que transfigura la narración “realista” consiste en la evolución intelectual de ese “criminal”. El hombre, presa del aburrimiento y del tiempo infinito que tiene como espectro, toma prestados libros de la biblioteca de la mansión y estudia. Este ejercicio lo conduce a un cambio interno y externo: se hace sombra, ser pensante, refina un poco sus gustos, camina sin hacer ruido, roba alimentos de la cocina, se vuelve astuto. Reaparece como un ser incorpóreo que consigue darse el lujo de asesinar a un segundo hombre (el hijo de sus “anfitriones”, que antes violó a Rosa) y simular, sin que nadie sospeche o nadie quiera sospechar, una muerte natural. Más de un lector se habrá preguntado en ese momento: ¿Cómo se le ocurrió?, o se habrá admirado: ¡Qué solución más original! En ese lapso de invisibilidad, descubrirá en su novia a una mujer que “esconde” sus pasiones, que es “lasciva”, que se deja seducir por un vecino o un adolescente y que, al cabo, desconoce. No sabe casi nada de ella, pese a ser su casi prometida y a querer criar al hijo de ella, se dice.
La tercera ocurrencia que detectamos es, acaso, la más curiosa: al modo de un sociólogo avezado, el hombre-fantasma revela con su observación las características de los dueños de casa, sobre todo de la mujer, una alcohólica que actúa bajo una ira de lo más soez o una ternura infinita. El albañil de recursos y aprendizajes escasos describe así a una clase social. O, más bien, describe la decadencia de la alta burguesía y los vínculos que esta abraza con los “estamentos inferiores” a medida que la caída se hace inevitable: relaciones marcadas por el sexo, la violencia y por afectos sorprendentes. Seres contradictorios, como la “gente del común”.
Por eso juzgamos que Rabia finge ante sus lectores que los procesos causales no difieren de los del mundo hasta que, con un golpe de timón, trastrueca la intriga con hechos potencialmente imposibles o raros, aunque perfectamente probables en Literatura. Y lo hace con armas semejantes a las de las novelas cortas de Juan Carlos Onetti, cuyos narradores presentan un universo realista hasta que irrumpen en la trama –e interrumpen la presunta normalidad– acontecimientos improbables: sueños, utopías sociales, deseos, fantasías o sucesos inmotivados que responden a lógicas inverosímiles. El recurso del porque sí: por caso, un asesinato infundado.
Hay que aclarar, no obstante, que Rabia adapta con desenvoltura las reglas de la Tragedia. Y si no nos creen, salten hasta las últimas páginas del libro, hasta la última línea de la narración: busquen el drama familiar que se cierne sobre Rosa desde del nacimiento de su hijo, también llamado José María. La novela explora y explota una mezcla precisa de hiperrealismo e inverosimilitud, casi tan fascinante como uno de sus protagonistas secundarios: la rata amiga del albañil. O como la primera escena de otra de las novelas muy recomendables de Bizzio: Era el cielo.
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Glosario
. Artificio: algo sin naturalidad. En Literatura
podría definirse como un procedimiento para simular una “realidad” textual. Es
lo contrario de mímesis.
. Fictus (latín): ficticio, falso,
artificial. En Literatura, se trata también de la lógica de articulación de
cada texto.
. Mímesis (latín): copia más o menos
natural de lo que vemos. Imitación. Lo contrario de artificio.
. Realismo: es una escuela literaria
surgida en la segunda mitad del siglo XIX que se caracteriza por brindar en sus
textos información detallada de paisajes, personajes y acciones, con la
intención de que el lector los imagine fácilmente y los suponga verosímiles.
Utiliza causalidades que no difieren de las de la naturaleza y la sociedad.
. Tropos: figuras retóricas que
consisten en el uso de palabras con sentidos alegóricos, como la metáfora, la
metonimia o la sinécdoque.
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Bibliografía
. Bizzio, Sergio. Rabia. Interzona. Buenos Aires, 2015
. Borges, Jorge Luis. El arte narrativo y la magia. Revista
Sur, verano de 1932
https://biblioteca.org.ar/libros/132517.pdf
. James, Henry. Otra vuelta de tuerca. Corregidor. Buenos Aires, 1976
. Joyce, James Finnegans Wake. El cuenco de plata. Buenos Aires, 2016
