Los que duermen en el polvo: la empatía de géneros diversos
Los argumentos que enarbola la Ciencia Ficción (CF) suelen converger en un acontecimiento de alto impacto colectivo que conduce a sus protagonistas a un alejamiento espacio-temporal de la geografía y de la sociedad que registran como propias. Es por eso que abundan los OVNIs que aniquilan la Tierra, los traslados a otros territorios o planetas, los monstruos prehistóricos que regresan a la vida, la destrucción de la naturaleza por mano del hombre, los seres sobrenaturales y el fin de los recursos alimenticios o de las civilizaciones. Además, este género tiene la particularidad de servir de paradigma –o de horma, si quieren– a una gran cantidad de variedades narrativas cuyo denominador común es la transgresión semántica de lo Real.
Una de las variedades más frecuentadas por la ficción contemporánea es el Relato Postapocalíptico, un subgénero con visos de conspiración y paranoia (conspiranoico, es su neologismo), en boga desde la Guerra Fría, el capitalismo corporativo y la era de la Literatura audiovisual. En general, se desenvuelve tras catástrofes naturales (deshielo de los polos, congelamiento de la Tierra), desastres provocados por un agente maligno que modifica el ambiente (los experimentos que se escapan de un laboratorio son un clásico y tienen vigencia gracias al Covid-19) o calamidades históricas (las más usuales están vinculadas con desenlaces diferentes de la Segunda Guerra Mundial). La novela The Road (La carretera o La ruta), de Cormac McCarthy, es un caso representativo: cuenta el éxodo de un padre y su hijo desde el paraje donde habían vivido por años hacia un lugar impreciso. En el intervalo de la marcha, se alude sin muchos detalles a un cataclismo que devastó la mayor parte de los seres vivos –entre ellos la madre del niño– y arrasó con la civilización.
Esta clase de CF se sitúa, como su nombre lo indica, cuando las sociedades se hallan en plena restauración, después de una hecatombe, y muestra una tensión entre el mundo perdido y la esperanza de un mundo mejor (o, en contraste, el desencanto por un mundo peor, como en la novela de McCarthy). Esa fisura, el antes y el después de una catástrofe, emparenta estilísticamente el Relato Postapocalíptico con la Ucronía.
Sin embargo, hay que aclarar lo siguiente: excepto que los textos se edifiquen bajo las reglas estrictas de un género (un policial clásico, una novela romántica, un cuento de terror), algo que rara vez sucede, las narrativas contemporáneas se construyen a partir de características heterogeneas que podrían adjudicársele a varios subgéneros. Por ejemplo, la novela Los que duerme en el polvo, de Horacio Convertini, revela una conviviencia de rasgos que suelen catalogarse dentro del relato policial, del postapocalíptico, del de terror o del drama romántico.
. La conversión del narrador
La sinopsis podría ser resumida así: el protagonista y narrador, Jorge, intenta reponerse de la depresión en la que cae tras la misteriosa desaparición de su esposa Érica (Policial), alistándose en un grupo cívico-militar de hombres y mujeres que resisten en el barrio porteño de Nueva Pompeya una feroz invasión de “bichos” (Terror). En rigor, los bichos son humanos infectados por un virus, una bactería o un ataque de psicosis colectiva –nunca se especifica– que los vuelve caníbales (Postapocalíptico).
Uno de los mejores logros de esta novela es que carece de la barrera estructural llamada género. Más bien se sostiene en capas de sentido superpuestas que avanzan y retroceden temporalmente –desde el mundo del que fue contemporáneo el narrador, hasta el nuevo en restauración– mediante un lenguaje preciso. Bajo el clima de una Buenos Aires que resiste a los “bichos” –la Capital Federal ha sido trasladada a Río Gallegos–, se advierte una alegoría sobre los usos del poder, la debilidad institucional de Argentina y la imposibilidad del amor. Sí, del amor. Porque, a su modo, también es un drama romántico.
Jorge, un héroe muy rico para analizar, está determinado por sus contradicciones: aparenta añorar su pasado (la vida con Érica, su oficio de periodista) pero perpetúa en su mente las contínuas humillaciones a las que ella lo sometía; se autodefine “mediocre” y “un bicho” (como los enemigos que jaquean del otro lado del muro) y asegura que su historia es “el relato de un condenado a muerte”, aunque su dignidad lo obligue a tomar una decisión drástica: condenarse a sí mismo. Dice ser tan “poquita cosa” que es un protagonista sin apellido en una novela donde abundan los apellidos con pasión futbolera.
En la medida que el narrador-personaje avanza en la reconstrucción de su pretérito (del momento en que el país transitaba la normalidad), le añade pormenores hasta dar con una vivencia en apariencia irrebatible. De todas formas, el lector jamás sabe cuál de las versiones conmemoradas por Jorge es la verdadera (si nos permitimos hablar de una verdad ficcional), pues otro de los logros en la arquitectura de esta novela es sugerir y trazar puntos suspensivos que despiertan la imaginación y exigen el compromiso de lectura.
Si bien en el comienzo de la narración Jorge parece un protagonista querible y entrañable –como todos los perdedores–, en la conclusión se trasfigura en “lo familiar que resulta extraño y monstruoso”: en el cambio de territorio (en la alotopía), se acerca paso a paso a un ser siniestro que se canibaliza –aunque no haya sido contagiado por los “bichos”– y fagocita a su ex esposa Érica, se venga en uno de los tantos finales posibles de su recuerdo.
. La política, nosotros y los otros
La trama de Los que duermen en el polvo es eminentemente política: la alotopía se ajusta a una zona amurallada con sus propias reglas, sus complots y sus intentos de golpe de Estado en marcha, a la manera de Viena tras la Segunda Guerra Mundial (Espionaje). La “anómala normalidad” de este cuadro queda alterada cuando se produce un homicidio dentro de la ciudadela (¿Policial, Espionaje o Terror?). Desde ese instante, el narrador-personaje reconstruye un panorama ambiguo (La “supervivencia neurótica bajo el disfraz de gesta heróica”, dice) y desenmascara a sus compañeros de aventura: personajes complejos, perdedores de alguna forma, con más de una arista moral que los hace oscilar entre el bien y el mal, dos categorías ajenas a la Ciencia Ficción.
Debido a esto, la narración nunca cuestiona del todo a esa otredad antropológica que representan los “bichos”. Aunque no formen parte del sistema de valores comunes de la ciudadela, esos “malditos” son reconocidos como semejantes: sus rumores son una música de fondo que repugna y a la vez embriaga al narrador y al lector.
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Glosario
. Alotopía: La etimología de la palabra (de las voces griegas allos: otro y topos: lugar) remite a “un lugar otro”, un territorio ubicado fuera de la representación de Lo Real. En general, se caracteriza por ser lejano y extraño, por estar situado cronológicamente en el pasado o el futuro, aunque bien puede hallarse en un presente paralelo, siempre desde la perspectiva de un narrador que fue o es contemporáneo a sus lectores.
. Otredad: en Literatura, lo otro no humano o no natural, algo diferente y opuesto a lo que consideramos Lo Real. En Filosofía, Psicología y Sociología: la conciencia del otro, de un No Yo. Termino cuyo significado moderno le debemos a Jean Paul Sartre.
. Ucronía: es un relato que rectifica la Historia conocida y expone una conjetura de cómo hubiera sido el mundo, una sociedad o una vida particular si un hecho hubiese sucedido de otra manera.
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Bibliografía
. Convertini, Horacio. Los que duermen en el polvo. Alfaguara. Buenos Aires, 2017
. Eco, Umberto. De los espejos y otros ensayos. En especial: Los mundos de la ciencia ficción. Lumen. Buenos Aires, 1988
. Jackson, Rosmary. Fantasy. Catálogos editora. Buenos Aires, 1986.
. Todorov, Tzvetan. Introducción a la literatura fantástica. Premia. México, 1981.
