Cadáver exquisito, un mundo feliz
La “Ciencia Ficción” (CF) o “Ficción Científica” se construye –al igual que la Literatura Fantástica– con causalidades que infringen lo que todos creemos es la realidad, o al menos con causalidades que no le dan prioridad a su representación. Ahora bien, mientras el Fantasy se mueve en un universo subjuntivo [1], indistintamente hacia el pasado o hacia el futuro, la CF tradicional parece funcionar mejor en un ámbito condicional, que plantea un porvenir diferente al que vaticinamos como probabilidad a partir de la pregunta: ¿Qué pasaría si se cumpliera tal o cual circunstancia o condición? Veamos un ejemplo: ¿Cómo sería la vida de los seres humanos si se colonizara Marte? Las respuestas conjeturales están en las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury.
Es por eso que Umberto Eco define la CF como “el género de las hipótesis”. El semiólogo italiano afirma que este conjunto de narrativas –con enormes divergencias entre sí– logra su delimitación territorial con la interpelación que subrayé en el párrafo precedente y cuya resolución desemboca en marcos espaciales, temporales y sociales disímiles a los que estamos acostumbrados. Desemboca en alotopías: los argumentos predominantes convergen frecuentemente en un acontecimiento de alto impacto colectivo que conduce a los héroes a un alejamiento espacial y/o temporal de la geografía y de la sociedad que reconocen como propias.
En este sentido, la literatura argentina del siglo XXI suele esbozar historias originales con una variante: en contraste con las versiones clásicas británica y estadounidense, aquí no hay OVNIs que ataquen la Tierra, ni traslados a otros astros, ni monstruos prehistóricos que regresen a la vida; hay metatopías y metacronías, es decir, ficciones que desarrollan suposiciones desde las tendencias históricas actuales y prevén una fase futura y enrarecida del presente. Este método compositivo genera relatos extraños [2], aunque perfectamente explicables desde un punto de vista verosímil, como el virus o bacteria que engendra a los “bichos” en la novela Los que duerme en el polvo, de Horacio Convertini.
Es el caso, también, de la generalización del consumo de carne humana en Cadáver exquisito. Si bien no recurre a las técnicas más ortodoxas de la CF, la novela de Agustina Bazterrica trabaja con una premisa fundante del género: ¿Qué pasaría si un virus afectara a todos los animales de la Tierra y su carne dejara de ser comestible? Luego de esta pregunta, lanza una solución hipotética: la crianza, faena industrial e ingesta de hombres, mujeres y niños, en lugar de toros, vacas y terneros: “Carne especial”.
El tono “realista” del relato, detallista hasta en sus escenas más escabrosas, provoca un efecto de profecía, como si se refiriera –con autoridad y entendimiento– a un período no muy lejano en el tiempo o a un acontecimiento que irremediablemente se cumplirá. Cadáver exquisito edifica con tal consistencia una situación anormal –insisto, ingesta de carne humana– que aviva un cuestionamiento a la pretendida normalidad contemporánea de criar animales en corrales para luego comérselos. Desde un enfoque intencionalmente político, la narración instala una duda: ¿Esto puede pasar? ¡Por qué no!
. A comer que se acaba el mundo
Las características estructurales de la trama se ajustan a la tradición de la CF distópica: un virus letal para los seres humanos (el GGB) infecta a todos los animales de la Tierra, por lo cual su carne deja de ser comestible. El ganado, las mascotas y las bestias de zoológico deben ser sacrificadas porque una moderdura o un rasguño resultarían mortíferos. El acontecimiento de alto impacto queda planteado con la posibilidad –más que cierta– de una hambruna a nivel planetario. Como en toda catástrofe colectiva, la novela está ubicada en un período postapocalíptico llamado “Transición”, durante el cual los gobiernos (similiares a dictaduras corporativistas) resuelven la carestía futura con la crianza, la faena y el consumo de carne humana.
El sinsentido de la medida conduce a que los pocos humanistas que quedan en el mundo (los derechos humanos fueron abolidos tácitamente como en la Italia fascista) pronuncien una débil resistencia: un zoólogo, que encarna el espíritu de rebeldía, afirma que el GGB es “un invento” de las autoridades, “una puesta en escena para reducir la superpoblación mundial”. Por supuesto, sufre “una accidente oportuno”. Por su parte, una carnicera que tiene “un aura bestial” sabe que hoy cumple su oficio, pero mañana puede “ser ganado”. Es que, a lo largo de Cadáver exquisito, los roles de “res” y “humano” son intercambiables, pese a que ese intercambio esté taxativamente vedado. No es casual entonces que un adolescente marginal, que mata por placer cachorros indefensos, sea el que confirme la tesis con claridad meridiana: “Si nos comemos los unos a los otros, controlan la superpoblación mundial, la pobreza, el crimen”.
Los no adaptados a la nueva situación postapocalíptica son, por lógica, acallados. La novela presenta al respecto una construcción semántica muy trabajada en el oxímoron, la paradoja y la censura: el gobierno prohíbe hablar de consumo de humanos –se trata de “carne especial”–, a la vez que veda el trato sexual con “reses”; el uso de la palabra “canibalismo” puede derivar en la pena de muerte en un matadero municipal que faena carne humana. “Hay palabras que no son legales”, señala la narradora.
El protagonista de la novela, Marco Tejo (funcionario del “matadero humano” El Ciprés) critica en sus soliloquios que todos “naturalizaron el canibalismo” y admite que “enseñar a matar es peor que matar”, pese a que justifica su adecuación a la nueva normalidad en que “uno se puede acostumbrar a casi cualquier cosa, excepto la muerte de un hijo”.
. Una distopía de “monstruos salvajes”
La época de “Transición” de la humanidad degenera en una distopía, en un patrón de sociedad indeseable y peligroso para el porvenir de los seres humanos. En Cadáver exquisito, la violencia urbana y rural es moneda corriente: las calles están desiertas, los marginales (en principio, la carne humana es muy costosa) se vuelven “carroñeros” capaces de matar a seres humanos para alimentarse. Es que la confusión impera: la vida se divide en humanos para consumo y humanos que consumen. De más está decir que el contexto que despliega la novela es fecundo para promover locuras y suicidios. El padre de Tejo, por caso, era una “persona íntigra” y “por eso está demente”. En cambio, la hermana del protagonista se vuelve una “desconocida” que se acomoda a la nueva normalidad para aparentar “status”.
Las medidas tomadas por las autoridades no merman en absoluto las desigualdades sociales y la hambruna. La clase media alta se da el lujo de poseer “cabezas domésticas” en sus domicilios y aprende “técnicas de tortura china” para comer manjares con la “res viva”, amputándola poco a poco. No obstante, sostiene como bandera que “la exclavitud es barbarie” y que los “carroñeros” son unos “monstruos salvajes” y unos “negros de mierda” porque practican canibalismo.
En paralelo, las oportunidades de negocios no cesan: se instalan curtiembres que desollan “reses” (a propósito, el Sr. Urami es un encanto de personaje); se desarrolla carne premium PGP (reses nacidas y criadas en cautiverio) con alimentos que impulsan su crecimiento rápido; los trasplantes de órganos de reses a humanos están legalizados; los prostíbulos de “reses”, donde se practica el “comercio carnal” –tanto sexual como comestible– son tolerados; la trata de personas es una industria millonaria; se permiten los cotos de caza de humanos, donde las piezas más apetecibles son los “famosos” que contrajeron deudas impagables. El regenteador de este último “ejercicio deportivo”, Ulrlet (otro personaje facinante, de origen rumano como Drácula) le pregunta al protagonista “¿Comió algo vivo alguna vez?” y justifica la actualidad distópica con una teoría cuasi filosófica: “Desde que el mundo es mundo nos comemos los unos a los otros”, ahora somos “menos hipócritas”.
Con estos ejemplos queda en evidencia que la alotopía –un lugar otro que se supone ubicado en un futuro próximo– viene acompañada, como casi siempre, de un cambio social profundo. Uno de los protagonistas de la novela lo explica mejor que nosotros: “El ser humano es un ser complejo y a mí me deslumbran las vilezas, contradicciones y sublimidades de nuestra condición. La existencia sería de un gris exasperante si todos fuéramos impolutos”.
Es por eso, tal vez, que existe gente que se arriesga a matar gatos con un palo –o en su defecto a morir– a cambio de ganarse un automóvil en los programas lúdicos de televisión.
. Como si el mundo entero se hubiese apagado
¿Se soluciona la superpoblación, la pobreza y el hambre? El primer problema, definitivamente. Los otros dos, para nada. La nueva normalidad provoca una disociación de clases y conciencias. Los gobiernos, con el mismo sentido del ridículo de todas las dictaduras, impide faenar humanos y, en caso de atrapar a un culpable, lo envían al matadero para ser faenado como castigo. Más allá de presentar ciertas posiciones humanitarias, Marcos Tejo es la voz cantante en el nuevo mundo: no solo acepta la desmesura de criar humanos para el sacrificio, sino también el arte industrializado del caníbal: el matadero de semejantes.
Desde este aspecto, la novela exhibe, creemos nosotros, su teoría política: la sociedad es un conglomerado de personas que se comen las unas a las otras. En el mundo contemporáneo al narrador (el pasado respecto de clímax de la novela), esa operación se practicaba de manera simbólica con animales de crianza; en el aquí-ahora de la narración los hombres se comen fehacientemente entre sí y se abrazan a su esencia primitiva. Pero la completa canibalización de Tejo queda suspendida en varios tramos de la novela por los recuerdos: “pilas de gatos y perros quemados vivos”, “grupos que mataban personas y los comían de manera clandestina”. En la oscuridad del campo, no quedan luciérnagas: “Es como si el mundo entero se hubiese apagado y quedado en silencio”, piensa el protagonista.
Como la nueva sociedad, el héroe es un ser paradójico: vive solo porque su esposa (Cecilia) se alejó de la vivienda en común luego de la muerte súbita de su primer hijo. Desde ese momento, deja de comer carne. Y, en un rapto de locura o de humanidad genera un hijo “reemplazante” con una “res”. Ante tamaña infamia, que podría ser castigada con la pena de muerte, su mujer vuelve a la casa y ayuda con el parto: “Ahora (el bebé) es nuestro”.
Cadáver exquisito se convierte en una distopía eminentemente política cuando hace reflexionar al lector sobre los hábitos (que son unos, pero bien podrían ser otros) y subvierte la supuesta “normalidad” desde el núcleo duro de los tabúes sociales: ¿Alguien tendría acaso un hijo con una mujer –o un hombre– a la que luego sacrificará para comer? Es una pregunta que podría hacerse el lector que llegue hasta el final de la novela.
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Notas
1 – El Fantasy o Literatura Fantástica hace planteos con universos subjuntivos hacia el pretérito pluscuamperfecto: lo que hubiera pasado si… (La novela Nación vacuna, de Fernanda García Lao) o hacia un futuro imperfecto: lo que pasare si… (Sinfín, de Martín Caparrós).
2 – En Literatura Fantástica, Lo Extraño consiste en un hecho perfectamente natural y explicable, pero insólito. Por ejemplo, una perturbación que se desencadena en las mentes de los personajes (Otra vuelta de tuerca, de Henry James). Este subgénero parece fronterizo al denominado “Realismo”, aunque maneje una verosimilitud extrañada. En algunas oportunidades, actúa a modo de reacción negativa contra Lo Real.
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Glosario
. Alotopía: La etimología de la palabra (de las voces griegas allos: otro y topos: lugar) remite a “un lugar otro”, un territorio ubicado fuera de la representación de Lo Real. En general, se caracteriza por ser lejano y extraño, por estar situado cronológicamente en el pasado o el futuro, aunque bien puede hallarse en un presente paralelo, siempre desde la perspectiva de un narrador que fue o es contemporáneo a sus lectores.
. Distopía: en contraste con la utopías (el sueño de un mundo ideal o mejor al actual), plantea un patrón de mundo y de sociedad indeseables y peligrosos para el porvenir de los seres humanos o de su hábitat (1984, de George Orwell).
. Metatopía y Metacronía: se trata de ficciones que desarrollan conjeturas desde las tendencias actuales y anticipan una fase futura y enrarecida del presente, tanto espacial (topía) como temporalmente (cronía). Estas dos formas se corresponden con las posturas más clásicas de la CF. Kentukis, de Samanta Schweblin, es un ejemplo.
. Oxímoron: Es una figura retórica que consiste en utilizar dos conceptos de significados opuestos en un enunciado, en una frase o a lo largo de un libro.
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Bibliografía
. Bazterrica, Agustina. Cadáver exquisito. Clarín-Alfaguara. Buenos Aires, 2017.
. Eco, Umberto. De los espejos y otros ensayos. En especial: Los mundos de la ciencia ficción. Lumen. Buenos Aires, 1988
. Jackson, Rosmary. Fantasy. Catálogos editora. Buenos Aires, 1986.
